El 28 de julio de 1914, un envejecido y fatigado Emperador Francisco José I de Austria, fiel reflejo de su debilitado imperio, ordenó la movilización del Ejército Austrohúngaro contra el Reino de Serbia (1882-1918). Este hecho fue la respuesta al asesinato del heredero al trono imperial, el Archiduque Francisco Fernando y su esposa, Sofía Chotek, a manos de un nacionalista serbio identificado como Gavrilo Princip, el 28 de junio, mientras realizaban una vista oficial a la ciudad de Sarajevo. El 29 de julio, Austria realizó la declaración formal de guerra y la flota del Danubio abrió fuego sobre Belgrado, con lo que se puso en marcha la fatídica maquinaría de alianzas que llevó al enfrentamiento directo entre la Triple Alianza (Imperio alemán, Imperio austrohúngaro e Italia / Imperio Turco Otomano) y la Triple Entente (Imperio británico, Imperio ruso y la República francesa). De esta forma se dio inicio a la Primera Guerra Mundial (Agosto 1914 – Noviembre 1918), el mayor drama del Siglo XX, un titánico duelo en el que Ares volvió a ganar la partida para erigirse como árbitro supremo de los asuntos humanos.
En las tensas semanas que precedieron la declaración formal de guerra por parte de los austriacos, fueron muchos los que pensaron, no sin razón, que sería posible volver a encontrar algún punto de equilibrio entre las potencias a través de la diplomacia, el diálogo y la negociación. De esa forma, se podría superar la crisis creada por el asesinato del Archiduque, tal y como había ocurrido con otras coyunturas críticas previas, tales como las vividas en los Balcanes (Agosto 1875 y Julio 1878), Marruecos (Marzo 1905 – Mayo 1906 y Abril – Noviembre 1911), Bosnia (Octubre 1908 – Abril 1909), la guerra ítalo turca (Septiembre 1911 – Octubre 1912) o las guerras balcánicas (Octubre 1912 – Mayo 1913 y Junio 1913 – Agosto 1913). Sin embargo, de forma casi imperceptible, para junio de 1914 algo había cambiado en Austria y Serbia, pues las percepciones y voluntades se habían radicalizado, para muchos era el momento de mostrarse decididos, la voluntad de enfrentar las amenazas no debía ponerse en duda y de ser necesario, habría que irrumpir con arrojo en el despiadado reino de Ares. De allí que, en la bruma previa a la guerra, hubiera mucho más que la muerte del heredero al trono, quien además era poco apreciado por el Emperador, debido a sus ideas liberales.
En ese sentido, para los austriacos, la crisis fue vista como una oportunidad para aplastar y destruir por completo al Reino de Serbia, quien aceptó nueve de las diez exigencias formuladas en el ultimátum presentado por el Imperio Austrohúngaro, el 23 de julio. Surge la pregunta de ¿Por qué no aceptar la respuesta de los serbios? cuando el propio Káiser Guillermo manifestó, el 28 de julio, “Una actuación brillante para un tiempo limitado de solo cuarenta y ocho horas, ¡¡ Esto es más de lo que hubiera podido esperar !! un gran éxito moral para Viena, pero con él, se reducen todos los argumentos a favor de la Guerra”. La decisión de Austria de ir a la guerra, descansó en un proceso acumulativo e interconectado de tensiones que se venían dando dentro del sistema internacional, especialmente en los Balcanes, dinámica que llevó a una creciente inflexibilización de las posiciones del Imperio, que se convenció de que la firmeza, la fuerza y en última instancia, la guerra, eran los únicos caminos que le quedaba para lidiar con Serbia y seguir siendo considerado una potencia europea.
Además de las tensiones entre las grandes potencias, que venían incrementándose desde finales del Siglo XIX en diferentes lugares del mundo y por muy diversas razones, la guerra entre italianos y turcos, en 1911, permitió a Italia hacerse con el control de las provincias otomanas de Tripolitania, Cirenaica y el archipiélago del Dodecaneso, siendo una prueba irrefutable de la debilidad que aquejaba al “Hombre enfermo de Europa”. La postración de los otomanos alentó las agendas expansionistas y revanchistas de los Estados de los Balcanes, quienes vieron en ello la oportunidad de obtener ganancias territoriales, castigar a sus enemigos o renovar su prestigio, un complejo e inquietante juego que enfrentó entre 1912 y 1913 a Austria y los Turcos, contra la “Liga de los Balcanes”, una alianza defensiva conformada por Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro, respaldada por Rusia, teniendo cada actor sus propios objetivos, temores e intereses. La guerra resultó ser un gran éxito para la Liga, en especial para Serbia, cuyos ejércitos derrotaron a los turcos e hicieron retroceder a los austriacos que veían con creciente preocupación como sus enemigos avanzaban hacia el Mar Adriático, amenazando con lograr el control de una de las costas del Canal de Otranto, zona vital para la navegación.
En ese contexto, el Archiduque Francisco Fernando ejerció presión para que se emprendiera una acción militar que terminara, de una vez por todas, con la amenaza que representaban Serbia y Montenegro, estando convencidos los austriacos de que Rusia no pelearía, sin embargo, el apoyo de Alemania tampoco era seguro en ese momento. En el marco de las negociaciones que se llevaban a cabo en Londres para llegar a un acuerdo, los serbios y los montenegrinos tomaron las ciudades de Escutari y Durazzo, sobre la costa del Mar Adriático, lanzando un claro desafío a los austriacos para quienes todo el asunto se redujo a saber si Austria Hungría aún era un poder viable o si había caído en una decadencia ridícula, una idea que se ancló con fuerza en las percepciones de las autoridades austriacas y que influiría profundamente sus decisiones posteriores. Aunque la Primera Guerra de los Balcanes (Octubre 1912 – Mayo 1913) terminó mediante un acuerdo supervisado por las potencias, la Segunda Guerra Balcánica, librada entre junio y agosto de 1913 entre los antiguos aliados de la Primera Guerra, fue breve, brutal y con consecuencias de largo plazo. El tratado de Bucarest, firmado el 10 de agosto, bajo la egida de una Serbia victoriosa no fue supervisado por ninguna gran potencia y convenció a Belgrado de que aún tenían asuntos pendientes con los Austrohúngaros.
Serbia no solo reclamó Bosnia Herzegovina, sino que también anhelaba vengarse de las humillaciones sufridas en el pasado a manos de los austriacos. Para los serbios, el final de la Segunda Guerra Balcánica fue visto como el preludio de la verdadera guerra, que sería contra el Imperio Austrohúngaro, habiendo adquirido una gran cantidad de territorios, un millón y medio de nuevos súbditos, así como una nueva confianza e independencia. En el imperio, las guerras balcánicas fueron en su conjunto un completo desastre, una inconmensurable calamidad que daba ímpetu a las fuerzas centrifugas que resquebrajaban a este centenario reino multiétnico y multicultural e incrementaban la intranquilidad que le causaba su creciente rezago económico frente a otras potencias como Alemania, Francia o Rusia. Aunque Austria creyó que podía contar con Turquía y Bulgaria como contrapeso para frenar las ambiciones serbias, ambos actores fueron derrotados, siendo palpable un odio visceral hacia los austriacos por parte de los serbios. Adicionalmente, el escenario se hacía aún más volátil debido a la existencia de organizaciones nacionalistas de carácter terrorista como “La Mano Negra”, creada por el Coronel del Ejército serbio Dragutin Dimitrijević, en mayo de 1911, con el objetivo de lograr la unificación de los eslavos del sur, incluidos los de Bosnia Herzegovina y conseguir que la presencia austriaca en la zona fuera insostenible.
Las guerras en los Balcanes también mostraron a Austria las limitaciones en la alianza con la Alemania Imperial, quien no había respaldado a su aliado como este lo esperaba. Sin embargo, la lección más importante que el Imperio Austrohúngaro sacó de la guerra, convertida en una profunda convicción, fue que ante la amenaza a sus intereses políticos, económicos, militares o su prestigio, la diplomacia no funcionaba con Serbia, pues se trataba de un actor que solo entendía la fuerza, bien fuera la amenaza de su uso o su utilización efectiva. Confiaban, en que podrían contar con la ayuda alemana para impedir que los rusos acudieran al rescate de Serbia en caso de una guerra general, siendo conscientes de la necesidad de actuar con determinación y fuerza. De esta forma, durante la próxima crisis que se presentara en los Balcanes, el dialogo, la diplomacia, la negociación o la mesura, eran cursos de acción en los que ya no se confiaba, debido a las ambiciones serbias y el endurecimiento e inflexibilización de las posiciones austriacas. Los austriacos percibían una acumulación de problemas internos, derrotas externas y tensiones, que los llevaron a privilegiar la fuerza, como herramientas para gestionar la creciente conflictividad de una zona que finalmente se hundió bajo la coyuntura critica de junio de 1914.
¿Y qué tienen que ver estos hechos, perdidos en la bruma del tiempo, con las tensiones que aquejan en la actualidad las relaciones entre Rusia y Estados Unidos – OTAN? Es claro que la historia jamás se repite de forma exacta en ningún momento, sin embargo, es la más valiosa herramienta de la que se dispone para conocer cómo tienden a comportarse los seres humanos frente a determinadas situaciones y es allí donde encuentra su valor la compleja situación vivida en los Balcanes a comienzos del Siglo XX. Es fundamental tener claro que los Estados Unidos no son el Imperio Austrohúngaro, Serbia no es Ucrania y Rusia no es el Imperio Zarista, sin embargo, en lo que sí coinciden, es que en esta particular zona de Europa Oriental ha vuelto a converger una peligrosa acumulación sistémica de tensiones y antagonismos, que afloran con fuerza producto de la coyuntura critica surgida en los últimos meses tanto por la presencia de tropas rusas en la frontera con Ucrania para llevar a cabo una inminente invasión, así como por la decisión del Presidente Biden de enfrentar a Rusia, y sostener el avance de la OTAN. En este contexto es fundamental recordar que las relaciones internacionales descansan sobre una lógica sistémica, de allí que se hable de un “sistema internacional”.
En ese sentido, los sistemas pueden ser entendidos como un conjunto de elementos interdependientes e interconectados de forma coherente y simultánea en muchas direcciones, de tal manera que producen su propio patrón de comportamiento en el tiempo, con el objetivo de lograr algo, siendo más que la suma de sus partes y pudiendo contener otros sistemas – subsistemas interconectados, algunas veces de maneras insospechadas entre sí. Los sistemas están conformados por elementos, interconexiones (Relaciones o flujos que mantienen conectados a los elementos) y funciones o propósitos, desarrollando todo sistema, a partir de esos tres componentes, la capacidad para tener memoria, estar en constante cambio, en adaptación, listos para responder a eventos, ser resilientes, a actuar con fuerza para alcanzar objetivos, a recuperarse de daños, a responder a su entorno o contexto, a resistir, a cambiar, a evolucionar, a volverse más complejos, a reorganizarse u auto organizarse y a luchar para perdurar en el tiempo. De allí que enfrentar, superar o extirpar un sistema sea una labor titánica, teniendo el sistema internacional y las crisis que se presentan en él en los más diversos ámbitos o regiones, estas características.
Bajo esta lógica, al analizar de forma más estratégica la coyuntura crítica que actualmente vemos en Ucrania, se evidencian dos factores sistémicos que dan al escenario su particular poder desestabilizador. En primer lugar, se puede mencionar que tras la derrota de los Estados Unidos – OTAN en Afganistán (2001-2021) y debido a los crecientes problemas internos que aquejan Norteamérica, los estadounidenses se encuentran, al igual que los austrohúngaros, en una coyuntura en la que deben mostrarse más determinados, más fuertes, más inflexibles, más osados, más temerarios y con más voluntad de actuar, frente a actores como Rusia o China que fueron identificados como una amenaza a sus intereses o su posición en el sistema internacional. Con la caída de Kabul (Agosto 15 de 2021), precedida por otras tribulaciones como Irak, Siria, Libia, las Primaveras Árabes o el ascenso de China, se configuró un importante desafío a la primacía de los Estados Unidos como potencia, un reto que la actual administración decidió enfrentar con la revitalización de sus alianzas y una actitud de fuerza. En segundo lugar y tal como empezó a ocurrir en los Balcanes tras la anexión austriaca de la provincia de Bosnia en 1908, se debe tener presente el peso de la acumulación sistémica de tensiones que ha marcado las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos, durante las últimas dos décadas y media.
Desde el punto de vista ruso, a partir de los años noventa, de forma sistemática, planificada e incesante, se han puesto en marcha diversas acciones, impulsadas por EEUU a través de la OTAN, con las que se ha buscado marginar y debilitar a Rusia como potencia europea y mundial. Ejemplo de ello ha sido el continuo avance euroatlántico hacia sus fronteras occidentales a través de la ampliación de la OTAN (En 1999 y 2004), el retiro norteamericano del Acuerdo Antimisiles Balísticos (ABM – En 2002), el despliegue de un escudo antimisiles en Polonia-Rumania que puede volverse ofensivo (2008), el desconocimiento por parte de EEUU de diversos acuerdos de control de armas nucleares construidos durante la Guerra Fría (Ej. El Tratado INF en 2019 o el Tratado cielos abiertos en 2020) y la creciente presencia de los estadounidenses en lugares como el Cáucaso, el Mar Negro, Europa Oriental o Ucrania. Asimismo, para los rusos han sido especialmente hostiles las provocaciones y la política de vulnerar o desconocer sus intereses en los ámbitos económico, político, militar o cultural, en lugares como Kosovo (1999), Serbia (1999), Irak (2003), Libia (2011), Siria (2011), Ucrania (2014 / 2021-2022) y otros lugares del espacio exsoviético, así como los intentos para desestabilizar a la Federación mediante acciones como la interferencia en las elecciones rusas (2011) o el apoyo de los norteamericanos a las “Revoluciones de Colores” en lugares como Georgia (2003), Ucrania (2004 y 2014), Kirguistán (2005), Bielorrusia (2021) o Kazajistán (2021).
Frente a estos hechos la posición de occidente ha tendido a girar en torno a que se trata de hechos falsos, tergiversaciones, exageraciones o se trata de aspectos irrelevantes, siendo las revoluciones fenómenos internos en que los norteamericanos nunca se han involucrado, recalcando que ellos no intervendrían en otro país. Para los estadounidenses y sus aliados occidentales, nunca hubo un compromiso de no ampliar la OTAN hacia las fronteras rusas, siendo esta organización internacional una alianza militar exclusivamente defensiva que es garante de la paz, la seguridad, la democracia, la prosperidad y la estabilidad. Asimismo, los Estados Unidos mencionan que su objetivo en ningún momento ha sido debilitar a Rusia, considerando que no han afectado intereses rusos en otros lugares del mundo, recalcando que las agresiones se han originado, de forma inequívoca, desde Rusia tal y como se evidenció en Georgia (2008) y en Crimea (2014), habiendo sido los rusos quienes violaron los acuerdos de control de armas de la Guerra Fría (Ej. Tratado INF). Para los norteamericanos y algunos de sus aliados, estos hechos evidencian que se trata de un país belicoso, expansionista, que anhela recuperar las zonas de influencia correspondientes a la Rusia Imperial o la Unión Soviética, siendo Europa un lugar en el que no hay cabida para zonas de influencia. Asimismo, mencionan que la Federación Rusa es un actor que no comparte y no respeta los trascendentales valores que encarnan y promueven los occidentales en todo el mundo, en torno a la democracia, la libertad o la primacía de derechos fundamentales inalienables, siendo un gobierno autoritario y represor, que no dudó en interferir las elecciones norteamericanas (2016 y 2020), siendo un actor que amenaza a Estados Unidos, a Europa, a Occidente y a la democracia, sin razón o justificación alguna.
En el marco de las recientes tensiones en Ucrania, desde occidente, se ha privilegiado una visión centrada en la coyuntura, es decir, en la concentración de tropas rusas en la frontera ucraniana y la repuesta occidental a ese hecho, invisibilizando los muchos temas, acontecimientos y percepciones, profundamente interconectados, que han marcado por algo más de dos décadas las relaciones entre rusos y norteamericanos. Estos hechos, a los que se le pueden sumar las características de las guerras de la cuarta revolución industrial, la profunda animadversión personal entre los presidentes Biden y Putin, así como la larga historia de amor y odio de Rusia con sus vecinos, hacen que una coyuntura crítica pueda llegar a tener un alcance desestabilizador mucho más amplio, debido a los elementos sistémicos que la recorren transversalmente y que no siempre son fáciles de valorar en sus justas proporciones, siendo posible confundir los riesgos reales con los imaginarios.
El Canciller de Hierro del Imperio Alemán, Otto Von Bismarck (1815-1898), manifestó ante el Reichstag, el 7 de diciembre de 1876, que “todos los Balcanes juntos no valen los huesos de un solo mosquetero pomerano”, una brutal expresión con la que dejó en claro donde estaban sus intereses y sus prioridades geopolíticas en el marco del equilibrio de poder europeo, un curso de acción que posteriormente el Káiser Guillermo II (1859-1941) dejó de lado, tras remover al Canciller del gobierno en 1890, contribuyendo así a la Primera Guerra Mundial. La ardorosa y extraordinaria personalidad de Bismarck, así como su complejo sistema de alianzas, reconoció la densa interconexión entre elementos como la importancia de evitar una guerra entre Rusia – Austria, el constante riesgo de otra guerra con Francia, la necesidad de evitar que Rusia se alejara de Alemania, la trascendencia de impedir un enfrentamiento con el Imperio Británico por la supremacía naval, los temores que alimentaba una Alemania unificada en otras potencias europeas y la compleja mezcla de pueblos, religiones, intereses, prestigios, temores, odios y deseos de venganza que confluían en los Balcanes, un crisol multiétnico y multicultural altamente volátil del que era necesario mantener una distancia prudente para evitar verse arrastrados a una guerra entre las grandes potencias.
Cerca de dos décadas y media después, estas tensiones tanto en el sistema internacional como en los Balcanes se habían acumulado de forma significativa y acrecentado por diversas razones, llevando a que al ocurrir el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en 1914, fuera imposible volver a moverse hacia las salidas diplomáticas o negociadas, el sistema se había saturado llevando a los actores involucrados, especialmente Austria y Serbia, a la conclusión de que el único curso de acción era mostrarse resueltos, inflexibles e impetuosos, lo que en últimas significaba, de manera consiente e inconsciente, la guerra, dinámica en la que fueron seguidos por sus respectivos aliados quienes rápidamente se movieron de la disuasión a la confrontación. Esta es una invaluable conclusión al momento de analizar estratégicamente coyunturas criticas como la que se presencia en Ucrania (Donbáss y Lugansk), ya que las interconexiones entre los diversos elementos que han venido confluyendo en este tipo de escenarios a lo largo del tiempo, lo que ha venido pasando y ¿el por qué?, le dan complejidades adicionales que no pocas veces los empujan hacia la guerra. Algo que en las últimas décadas, trágicamente, se ha visto con demasiada frecuencia en diversos escenarios de política exterior.