NAPOLEÓN BONAPARTE: AUSTERLITZ, EL HOMBRE Y EL ESTRATEGA

“El día del juicio, ante el trono de Dios, por fin compareció Napoleón. El demonio había comenzado a leer la larga lista de culpas de él y de los suyos, cuando Dios Padre o Dios Hijo, uno de los dos, habló así desde el trono: !! No canses más nuestros oídos divinos !! estás hablando como un profesor alemán… Si eres lo bastante valiente para ponerle encima la mano, tuyo es, llévatelo al infierno”

Emil LudwigNapoleón (1956)

Al amanecer del 3 de diciembre de 1805, en los campos de Austerlitz (Hoy, Slavkov u Brna, localidad de la campiña al este de Brno, en la Región de Moravia Meridional, en la República Checa), yacían los cuerpos de más de 15.000 soldados austriacos y rusos que habían caído muertos o heridos durante la batalla del día anterior. Napoleón I (1769-1821), que se había coronado como Emperador el 2 de diciembre de 1804 en Notre-Dame, consignó en la orden del día dirigida a sus agotados pero victoriosos hombres: “Soldados, !! estoy contento con vosotros !!  En este día de Austerlitz habéis justificado todo lo que esperaba de vuestro valor y habéis dado honor a sus águilas de gloria inmortal. En menos de cuatro horas, un ejército de cien mil hombres, mandado por los emperadores de Rusia y Austria ha sido batido o diseminado. El enemigo que ha escapado a vuestras bayonetas, se ha hundido en los lagos… Que esta jactanciosa infantería, tan superior en número no haya podido resistir vuestra carga, demuestra que de aquí en adelante no tendréis ningún rival a quien temer, así, en dos meses, la Tercera Coalición ha sido destruida y disuelta… Les habéis enseñado que es más fácil fanfarronear ante nosotros y amenazarnos que conquistarnos… Soldados, cuando todo lo necesario para la felicidad y prosperidad de nuestra Madre Patria se haya conseguido, os llevaré de vuelta a Francia: Allí seréis objeto de mi más afectuoso reconocimiento. Mi pueblo os felicitará con alegría y será suficiente decir: <<Estaba en la batalla de Austerlitz>> para que se conteste: <<Es uno de los valientes>>”.

La Batalla de Austerlitz fue el punto culminante del enfrentamiento entre Napoleón y la Tercera Coalición, una alianza creada entre abril de 1804 – diciembre de 1805, por el Primer Ministro de Gran Bretaña e implacable enemigo de la Francia Revolucionaria, el conservador William Pitt “El Joven” (1759-1806). Los británicos habían declarado la guerra a Francia en mayo de 1803 tras la ruptura por parte del gabinete de Londres de la Paz de Amiens (Marzo de 1802) y con la Tercera Coalición, conformada por Rusia, Austria, Suecia y Nápoles, buscaban derrocar al Emperador, socavar la influencia gala en el continente europeo, evitar una posible invasión francesa a Gran Bretaña, así como castigar a Napoleón por el secuestro y fusilamiento, en marzo de 1804, de Luis Antonio Enrique de Borbón Condé – Duque de Enghien, acusado de conspiración y quien fue tomado prisionero por tropas francesas que violaron la soberanía del Estado de Baden. La batalla fue una consumada manifestación de genialidad, una obra maestra de la estrategia militar y el triunfo del que más se enorgulleció Napoleón, en ella enfrentó a una fuerza de 75.000 soldados de <<La Grande Armée>>, contra 85.000 austriacos y rusos, encabezados por el Zar Alejandro I de Rusia (1777-1825) y el Emperador Francisco II de Austria (1768-1835), una contienda que pasó a la posteridad como “La Batalla de los Tres Emperadores”. Austerlitz fue el mejor ejemplo del talento y habilidades militares de Napoleón, siendo una muestra suprema de genialidad y de la puesta en práctica del pensamiento estratégico.

Sobre el papel, el plan general de la Tercera Coalición para acabar con Napoleón era deslumbrante y vaticinaba la segura derrota de este altivo e ingenioso hijo de la revolución, pues se llevarían a cabo cuatro ofensivas interdependientes que involucraban a cerca de un millón de hombres. En el norte de Europa planearon la liberación de Hanover con un ataque de 15.000 británicos que desembarcarían en Cuxhaven y que serían reforzados por 20.000 rusos, así como por 12.000 suecos, unidades a las que se le podrían unir 50.000 rusos más y una fuerza adicional que se organizaría en Riga, llegando a sumar 200.000 hombres, con los que se podría restaurar en esta ciudad de Baja Sajonia al elector Jorge III de Gran Bretaña y presionar al Rey de Prusia, Federico Guillermo III, para apoyar la Coalición. En el oeste se propuso ocupar Bavaria para castigar a este aliado de los franceses, que sería ocupado por 85.000 austriacos, a los que se les unirían 85.000 rusos, para avanzar sobre el Rin desde Ulm. En el sur, 25.000 austriacos ocuparían Tirol y los pasos alpinos, debiendo ésta fuerza estar preparada para avanzar hacia el norte (Ulm) o el sur (Italia) según la evolución de las circunstancias, esperando los planificadores que Napoleón se moviera para defender Italia debido a los grandes éxitos que había alcanzado allí en 1796, 1797 y 1800, así como al hecho de haberse coronado Rey de Italia, en mayo de 1805. Debido a que en este frente se esperaba la más enérgica repuesta del Emperador, también se desplegaron 100.000 de las mejores tropas austriacas que tendrían la misión de expulsar al Virrey de Italia e hijastro de Napoleón, Eugenio de Beauharnais, tomar Lombardía y luego avanzar hacia el sur de Francia.

Finalmente, más al sur se desplegaría una fuerza combinada de británicos, 17.000 rusos y 36.000 Borbones de Sicilia, quienes reconquistarían Nápoles y de ser necesario podrían contar con el apoyo de tropas rusas que se encontraban en Odessa. Los británicos también estuvieron de acuerdo con desplegar una fuerza anfibia para atacar las costas de Francia y Holanda, al tiempo que apoyarían revueltas en Bretaña y La Vendée, en nombre de la casa de los Borbones. Ante un plan de estas magnitudes, los problemas de coordinación, logística y ejecución serían gigantescos, sin embargo, los muy entusiastas e imperiosos aliados los dejaron parcialmente de lado, junto a otros aspectos como la diferencia de idiomas entre sus fuerzas o el hecho de que los rusos tenían un calendario diferente al del resto de Europa que creaba una brecha de doce días, para la Colación su superioridad era clara y la victoria parecía al alcance de la mano. La competente red de espías de Napoleón, liderada por su Ministro de Policía, José Fouché, “El Genio Tenebroso”, conoció en líneas generales lo que se estaba planeando y el escenario parecía alarmante pues el Emperador solo podía reunir 250.000 hombres, así como movilizar 150.000 reclutas, mientras que Bavaria podía movilizar unos 20.000 soldados y Württemberger un número similar. La mayoría de las tropas francesas estaban concentradas en campamentos costeros al norte de Francia con miras a una posible invasión de Gran Bretaña, solamente se disponía de unos 100.000 hombres para defender las fronteras del país y sus aliados, estando las fuerzas avanzadas francesas, sus mariscales y generales en regiones muy separadas entre sí: Suabia, Hanover, Nápoles o Piedemonte. Ante este desafío, Napoleón tuvo claro que debía tomar la iniciativa y utilizar las tropas que protegían la costa del Canal como núcleo de una ofensiva preventiva, siendo la sorpresa, la determinación, así como la definición de un objetivo claro, la piedra angular para romper el balance de sus enemigos y compensar las desventajas enfrentadas.

Napoleón, un genial estratega de la guerra que daba a sus operaciones una fluidez y dinamismo que no se había visto desde Alejandro Magno (356.AC-323.AC), era un hombre extraordinariamente receptivo, ingenioso y trabajador, un lector incansable, con una memoria e inteligencia prodigiosas, que desde su juventud cultivó en él, a través de los libros, la razón, el ímpetu, el cálculo, el estudio, el intelecto, la disciplina, el discernimiento y la imaginación. Por ello, supo identificar con precisión matemática los retrasos aliados en los pasos que se debían dar para poner en marcha los grandiosos planes en su contra y el frente en el que sería más probable golpear con fuerza decisiva al enemigo. Bonaparte, un soldado firme, seguro, valiente y abnegado, contaba con un potente sentido de la oportunidad, siendo un planificador riguroso pero al mismo tiempo un maestro del plan alternativo que aceptaba riesgos, pero nunca pensaba con precipitación, era como un rayo en el ataque e invulnerable en la defensa, siendo sus ofensivas resultado de cálculos meticulosos y de un sentido común que llegaba a la genialidad. Aunque las relaciones con sus oficiales podían llegar a ser tormentosas, brillaba por sus victorias, su liderazgo y su carácter luchador, ejerciendo un total dominio psicológico tanto sobre sus tropas como sobre sus enemigos, siendo un hombre que renunció a los sentimientos y las emociones, sacrificándolo todo por un objetivo: Dinero, tropas, generales, su propia seguridad o a la misma Francia. Como lo mencionó Ralph Waldo Emerson, “era un hombre de piedra y de hierro, capaz de cabalgar dieciséis o diecisiete horas seguidas, de caminar muchos días sin descanso ni alimentos, a no ser a ratos, con la velocidad y el ímpetu de un tigre en acción”, representaba al hombre común, a las masas populares, a la movilidad social que produjo la Revolución Francesa. Para el pueblo, quien se sentaba en las Tullerías era uno de los suyos, un hijo de su carne, era la clara respuesta a la inacción, la estupidez, la indolencia y las dudas cobardes, de reyes, herederos, generales y gobernantes ineptos, mediocres e incompetentes.

El Gran Corso también era injusto, egoísta, mentiroso, interesado, arrogante, egocéntrico, monopolizador, de modales bruscos e inescrupuloso, siendo un guerrero que nunca supo cuando debía detenerse. Bajo la luz de su “Buena Estrella” e impulsado por su genio político fue quien niveló los Alpes, construyó carreteras, dinamizó los negocios, reorganizó el Estado, reformó el sistema judicial, promulgó el código civil, expandió las ideas de la revolución y mejoró los mercados populares, estableciendo también el sistema de pesas y medidas. Su ingenio le permitía abordar problemas de orden literario, político, histórico o religioso, tanto a nivel práctico como abstracto, era consultado por sabios, ingenieros, estadistas e intelectuales, aterraba a los charlatanes, confundía a quienes ocultaban la verdad, despreciaba a los necios o los mequetrefes, valorando el mérito y el talento, que fueron distintivos en sus mariscales y generales para el logro de sus aterradoras victorias. Bonaparte libró más de sesenta batallas, más contiendas que Alejando, Aníbal y Cesar juntos, gran estudioso de las lecciones de la historia militar, también identificó de manera novedosa todas las posibilidades que había para la guerra en su tiempo gracias a los avances e innovaciones que habían llevado a cabo el Mariscal Maurice de Saxe (1696-1750: introdujo el uso de divisiones en su ejército para emplearlas durante toda una campaña, combinando artillería e infantería), el Mariscal Víctor François de Broglie (1718-1804: adoptó de forma permanente la organización divisional, la rápida reunión del ejército a través del principio de dispersión – concentración de las tropas en el campo de batalla y las marchas rápidas en columnas dos mil a cuatro mil hombres) y el General Jean Baptiste Gribeauval (1715-1789: redujo el peso y aumentó la movilidad de la artillería para que fuera más precisa y pudiera maniobrar con la infantería, lo que llevó a que Francia tuviera los mejores cañones de Europa). Otros generales como Jacobo Antonio Hipólito – Conde de Guibert (1743-1790), el General Jean Pierre du Teil de Beaumont (1722-1794) o el General Pierre-Joseph Bourcet (1700-1780), también habían identificado los cambios que se estaban dando y expuesto sus potencialidades, una rica tradición de pensamiento que Napoleón absorbió y llevó a nuevas alturas.

En este contexto, en el que se combinaban teoría, pensamiento y práctica, Napoleón desarrolló un sistema dinámico y adaptativo en los niveles estratégico – táctico que ejecutó de forma brillante. En el plano estratégico, marchaba con gran velocidad y en secreto buscando sobrepasar los flancos de los ejércitos enemigos para caer sobre sus líneas de comunicación, rompiendo el balance de su adversario que debía girar y enfrentar a los franceses en desventaja. En el nivel táctico, su sistema se basaba en la realización de un ataque sostenido sobre el frente enemigo para mantenerlo ocupado mientras realizaba un envolvimiento o movimientos en su retaguardia con fuerzas pequeñas buscando difundir desánimo y confusión para luego dar en algún punto del frente un golpe decisivo con la infantería y la caballería, que era preparado con un concentrado ataque de artillería, un arma que Napoleón mejoró en cantidad, calidad y organización, siendo decisiva para romper las filas enemigas en preparación al avance de la infantería. Sus ideas sobre la guerra tomaron cuerpo con la creación de “La Grande Armée” o “Ejercito Imperial Francés” (1804-1815), que nutrido con el reclutamiento forzoso, fue una extraordinaria máquina de guerra a la que el Emperador aplicó grandes cantidades de estudio riguroso, organización y adiestramiento, siendo identificable por sus “Cuerpos de Ejército”. Estas unidades eran una formación de composición fluida, organización altamente flexible y tamaño variable (El número de hombres dependía de la competencia y capacidades del oficial al mando) de todas las armas (Infantería, caballería, artillería, logística, servicios médicos e ingenieros), dotada de un Estado Mayor y al mando de un Mariscal o General. Estos Cuerpos actuaban como un ejército en miniatura estando en capacidad de marchar, subsistir y luchar contra fuerzas superiores por sí mismos, siendo vital que cada Cuerpo de Ejército estuviera dentro del alcance de apoyo (Un día de marcha) de por lo menos una formación mayor. El centro neurálgico para el control y sincronización de los Cuerpos de Ejército era el “Cuartel General Imperial”, que era el Estado Mayor de Napoleón, dotado de 400 oficiales, cinco mil hombres y tres secciones: (i) El Cuartel General del Emperador, conformado por el Gabinete del emperador, una oficina topográfica, una docena de consejeros y el cuartel general táctico), (ii) El Cuartel General Administrativo, siendo un área que se especializaba en la logística y (iii) El Cuartel General Supremo. También existían cuarteles generales más pequeños en los Cuerpos de Ejercito o las Divisiones.       

Sobre estas sólidas bases y tras largos e incisivos análisis Napoleón decidió lanzar una “devastadora ofensiva estratégica, que tomaba la forma de una gran rueda concéntrica con siete Cuerpos de Ejército que totalizaban unos 200.000 hombres, avanzando por líneas separadas pero estrechamente interrelacionadas convergiendo sobre el Danubio entre Müster, Dönauwörth e Ingolstät, con la intención de cercar y eliminar el ejército austriaco del General Karl Mack Freiherr von Leiberich, antes de que sus aliados rusos pudieran hacer una aparición efectiva. Por otra parte, el General André Masséna, con 50.000 hombres contendría al Archiduque Carlos en el norte de Italia y el General Laurent de Gouvion-St-Cry defendería Nápoles contra cualquier ataque. El Mariscal Guillaume Marie Anne Brune, con 30.000 hombres, quedaba en las inmediaciones del Canal para contrarrestar cualquier incursión marítima británica (Chandler, Pág. 11)”. Así, el 25 agosto, bajo un maravilloso clima otoñal y recorriendo hasta 30 kilómetros diarios, las fuerzas de Napoleón se pusieron en marcha desde sus posiciones en la costa del Canal hacia el Rin, siguiendo caminos separados con el fin de converger sobre el Danubio, al tiempo que 22.000 hombres de la caballería de Murat avanzaron desde el oeste (Estrasburgo) sobre la Selva Negra para realizar ataques de diversión y fintas que buscaban hacer creer al General Mack que sería atacado desde allí, distrayéndolo de lo que ocurría en otros lugares del frente. Los movimientos de las tropas francesas se ocultaron de forma eficaz y antes del 24 de septiembre ya se encontraban en posición para cruzar el Rin, once días después, violando la soberanía prusiana, estaban cruzando el Danubio, momento en el que el General Mack se percató que iba a ser atacado desde el este, desde su retaguardia y no en vanguardia, desde el oeste y la Selva Negra, como había creído.

El General austriaco, desconcertado por la velocidad y la sorpresiva maniobra francesa, concentró sus tropas en la ciudad de Ulm, pensando que los rumores de un desembarco británico en Boulogne obligarían a un repliegue francés y esperando también que los refuerzos rusos del General Mijaíl Kutusov, aparecieran de un momento a otro en el horizonte. El 7 de octubre, los Cuerpos de Ejército completaron su despliegue en la retaguardia de Mack, chocando al día siguiente con las fuerzas austriacas que llevaron la peor parte de la lucha, marchando Napoleón, con tres Cuerpos de Ejercito, la Guardia Imperial y la caballería en busca de un combate directo con los austriacos. Aunque Austria hizo un tímido esfuerzo por romper el cerco, solo logró evacuar parte de su caballería, mientras que el grueso del ejército, más de 27.000 hombres, quedó sitiado por las fuerzas francesas en Ulm. Mack, que aún esperaba la llegada de Kutusov, entabló negociaciones y acordó que se rendiría el 25 de octubre a menos que lograra conseguir ayuda pero los franceses le demostraron que los rusos aún estaban muy lejos, ante lo cual, el General austriaco capituló el día 20. A costa de unas 2.000 bajas, en quince días, la Grande Armée de Napoleón había logrado la rendición de un ejército de casi 30.0000 hombres, había tomado 60.000 prisioneros, capturado 200 cañones y acabado con 4.000 soldados austriacos. Todo ello sin haber librado una gran batalla, una victoria asombrosa que solo se vio opacada, el 21 de octubre, cuando en el lejano Cabo de Trafalgar, el Vicealmirante Horacio Nelson derrotó a la flota franco-española bajo el mando del Almirante Pierre Villenueve, con lo que a Marina Real siguió siendo la dueña de los mares, anulando cualquier esperanza de Napoleón de poder invadir la pérfida Albión. 

El 26 de octubre, Napoleón reagrupó sus tropas en Múnich y se lanzó en persecución del ejército de Kutusov, que con 36.000 rusos y 22.000 austriacos bajo su mando había emprendido la retirada tras enterarse de la derrota de Mack, buscando cruzar hacia orilla norte del Danubio y ponerse en contacto con el ejército del General Federico Guillermo de Buxhöwden, que avanzaba con 30.000 rusos. Pese a los esfuerzos de Napoleón y algunas violentas escaramuzas con la retaguardia rusa, el hábil Kutusov pudo mantenerse siempre en movimiento evitando a sus perseguidores, logrando retirarse con éxito y recibir el refuerzo de 10.000 hombres más. Aunque los franceses tomaron Viena el 20 de noviembre, Kutusov consiguió reunirse con Buxhöwden en Olmütz, 210km al norte, para formar un ejército austro-ruso de cerca de 85.000 soldados, fuerza a la que se le unieron el Zar de Rusia y el Emperador de Austria, momento en el Napoleón fue consciente de que sus tropas estaba al límite de su capacidad de avance, necesitando un periodo de descanso y reorganización. El día 23, cuando el clima empezaba a volverse extremadamente frio, el Emperador ordenó un alto en la ciudad de Brünn (79km al sur de Olmütz), teniendo en ese momento 52.000 soldados bajo su mando directo que empezaban a quejarse por estar a 1.100 kilómetros de las fronteras de su país, murmurando y conjeturando sobre la derrota sufrida en Trafalgar, el estallido de una crisis financiera en Paris o el resurgimiento de simpatizantes de los borbones en Francia. Napoleón, que no se amedrentaba ante las crisis, decidió que pese a su inferioridad numérica haría que los aliados lo atacaran de manera precipitada en una posición, lugar y momento elegidos por él, para ahí destruirlos. Un curso de acción muy arriesgado que requeriría de todas sus energías físicas e intelectuales, de un riguroso planeamiento, de una gran astucia, así como de los mejores talentos y habilidades de sus mariscales.    

El 21 de noviembre Napoleón partió con su Estado Mayor para realizar un reconocimiento. Lenta y silenciosamente reflexionó sobre el clima, escudriñó el terreno en inmediaciones de Brünn, examinó meticulosamente todas sus características, se detuvo en los puntos más elevados, analizó las alturas de Pratzen localizadas al este y en un momento dado, se volvió hacia sus generales, diciéndoles: “Caballeros, examinen este terreno cuidadosamente, va convertirse en un campo de batalla: Ustedes tomarán parte en la misma”, ese lugar, a los pocos días se convirtió en el campo de batalla de Austerlitz, localizado a 5km al sureste de Brünn. El plan de Napoleón empezaba por vencer en la mente de sus enemigos fingiendo temor y debilidad, para lo que realizaría un movimiento inicial en el que su ejército ocuparía los altos de Pratzen, a la derecha desplegaría pocas unidades que quedarían entre los altos y la congelada laguna Satschan, ofreciendo en esta sección una imagen de debilidad, mientras que en la izquierda se realizaría un habitual despliegue de tropas, estando prevista la llegada de refuerzos. En un segundo movimiento, Napoleón abandonaría desordenadamente y frente a su enemigo las ventajosas posiciones en las Alturas de Pratzen para ocupar la zona baja que se cubría de neblina hasta altas horas de la mañana, mantenido su derecha debilitada y un despliegue habitual en la izquierda, siendo estos movimientos una invitación para que los austro-rusos tomaran las Alturas de Pratzen, concentraran su ataque principal en el débil flanco derecho francés para destruirlo y luego maniobraran para atacar el centro de la Grande Armée. En un tercer movimiento, Napoleón previó que su frágil derecha, fortalecida por la oportuna llegada de refuerzos, ofrecería toda la resistencia que pudiera frente al principal ataque de la izquierda austro-rusa, situación que obligaría a los mandos aliados a desplazar tropas desde el centro para fortalecer el ataque principal, debilitado el centro aliado la infantería del centro francés cargaría cuesta arriba para retomar el control de los altos de Pratzen, mientras que la izquierda francesa lucharía contra la derecha aliada para fijarla a su posición durante la batalla. En un cuarto movimiento, tomado el control de los Altos de Pratzen, el centro francés, mediante la acción conjunta de la infantería, la artillería, la caballería y la Guardia Imperial, debía contener el esperado contrataque del centro austro-ruso, girando luego para rodear, golpear y aniquilar por completo la izquierda aliada que quedaría atrapada entre la congelada laguna Satschan, la presionada derecha francesa y el avance del centro francés desde los Altos de Pratzen. De esta forma el ejército austro-ruso sería destruido y la Tercera Coalición, derrotada.  

Ahora, el Emperador debía tentar al enemigo para que lo atacara y tenía que lograr que los generales enemigos, así como los miles de hombres que comandaban, se comportaran como él quería. Con ese fin, Napoleón ordenó a tres de sus generales ocupar Austerlitz, los Altos de Pratzen y avanzar hacia Olmütz para llamar la atención de los austro-rusos, confiando en que gracias a su superioridad numérica no dudarían en atacar, al tiempo que ordenó que dos Cuerpos de Ejercito, localizados en Viena e Iglau, se les unieran a marchas forzadas con el fin de aumentar sus efectivos a unos 75.000 hombres, reduciendo así la desventaja numérica que afrontaba. En el bando aliado había dudas, la mayoría de los generales y ayudantes apoyaban la idea de lanzar una contraofensiva inmediata que vengara la humillación de Ulm, mientras que solo Kutusov y el Emperador Francisco II de Austria, un hombre de 38 años aquejado por la depresión, que había envejecido prematuramente debido a un reinado marcado por desastres y derrotas, sugerían precaución. Finalmente, decidieron enviar al campamento de Napoleón, el 26 de noviembre, una delegación austriaca bajo bandera de tregua con el fin discutir las posibilidades de un armisticio y realizar una valoración de las condiciones del ejército francés. Un encantador Napoleón los recibió y los envío a Viena para negociar con Charles-Maurice de Talleyrand, su Ministro de Exteriores, al tiempo que envió al campamento austro-ruso al General Anne Jean Marie René Savary, su Jefe de Inteligencia Militar, con el fin de que realizara un análisis de las capacidades e intenciones de los aliados. El 28 de noviembre, tras enterarse que la caballería y otras posiciones francesas estaban siendo atacadas por los rusos, Napoleón se dirigió al frente donde encontró al General Savaray que le entregó una carta del Zar de Rusia repleta de exigencias inaceptables, habiendo detectado el suspicaz general francés que los consejeros aliados estaban divididos y que consideraban el deseo de negociar de Napoleón una inequívoca prueba de su debilidad, siendo identificables grandes movimientos de tropas hacia Brünn.

El Emperador ordenó a los refuerzos que había pedido, acelerar el paso y dispuso una pantalla de caballería para ocultar a las patrullas rusas y austriacas los movimientos de sus tropas, al tiempo que para mantener la ilusión de la debilidad francesa envió nuevamente al General Savary al campamento aliado para pedir una entrevista personal con el Zar. El Zar Alejandro I de Rusia, un hombre 27 años, alto y guapo pero vano, obcecado, estridente y altamente impresionable, que había decidido rodearse de jóvenes aduladores y que en ningún aspecto era un rival de algún tipo para Napoleón, rechazó el encuentro pero envió a su arrogante ayudante de campo, el Conde Dolgorouki, a reunirse con el Emperador francés. Napoleón, de 35 años, decidió montar una magistral escena dramática, digna del mejor actor de Europa, pues se comportó con una servil cortesía, se trasladó afanoso a los puestos avanzados para recibir personalmente al ilustre delegado del Zar y se dejó dar por parte de su engreído visitante una conferencia sobre política europea, que el Emperador escuchó con expresión grave. A su regreso, Dolgorouki reportó al Zar que tenía el total convencimiento de que el ejército francés estaba en vísperas del desastre, una percepción que se acentuó cuanto los atónitos austro-rusos vieron como las tropas francesas abandonaban Austerlitz y los críticos Altos de Pratzen, aparentando mucha prisa, dejando expuestos tanto el flanco derecho como sus líneas de comunicación y retirada. Viendo el desorden y hasta el pánico de algunas las unidades francesas, los aliados avanzaron con cautela sobre Austerlitz y los Altos de Pratzen con el fin de tomar estas ventajosas posiciones y estar en capacidad de desbordar el débil flanco derecho del ejército francés. Desconocían los aliados que 13.000 hombres de uno de los Cuerpos de Ejercito llamados como refuerzo, discretamente, ya habían llegado mientras que el otro se acercaba rápidamente, sin saberlo, los ejércitos de la Santa Rusia y de la Austria Imperial habían caído en las inmisericordes manos de Napoleón, la trampa estaba lista.

En la noche del 1° de diciembre, Napoleón decidió impartir su “orden del día” para la jornada siguiente, manifestando: “Las posiciones que ocupamos son formidables y mientras los rusos avanzan sobre nuestras baterías, atacaré sus flancos… Soldados, yo mismo en persona dirigiré vuestros batallones, os mantendré fuera de su alcance si con vuestro acostumbrado valor lleváis el desorden y la confusión a las filas del enemigo; pero si la victoria es incierta por un momento, veréis a vuestro Emperador en persona en las primeras filas… Ningún hombre abandonará su formación bajo pretexto de acompañar a un herido, que cada hombre esté convencido de que él es vitalmente necesario para derrotar a estos lacayos pagados por Inglaterra, que tanto odia a nuestra nación”. En medio de una noche glacial, la orden fue impresa y leída a las unidades, luego Napoleón tomó una cena sencilla, mantuvo una alegre conversación sobre literatura y la fascinación de Oriente, descansando brevemente, hasta cuando fue despertado por el General Savary, antes de la media noche, quien le informó que una fuerza enemiga había expulsado algunas tropas francesas en un punto al sur del ala derecha. De inmediato montó su estimado caballo, Marengo, y con una escolta se dirigió a verificar la situación, tras comprobar que el problema era menor, continuó cabalgando para tener una mejor perspectiva de los campamentos enemigos, momento en el que se topó con una patrulla de cosacos que lo obligó a ponerse al galope para salir de la situación. Dejado atrás este incidente, el Emperador decidió pasear por los campamentos franceses, a medida que se difundió la noticia entre los soldados, empezaron a surgir de las unidades gritos de entusiasmo y aclamación: !! Es el aniversario !!, !! Viva el Emperador !!, las tropas, de manera improvisada, hicieron antorchas juntando paja y prendiéndolas en las fogatas, formaron una doble línea a través de la cual avanzó Napoleón. Al otro lado del frente, los centinelas rusos despertaron a sus sargentos para que vieran lo que estaba pasando, se informó a los oficiales de servicio y de manera apresurada se convocó al Estado Mayor para analizar si la situación era antesala de un ataque nocturno. Pasadas las 2:30am los desconcertados aliados se convencieron de que no habría un ataque, Napoleón regresó a su catre para descansar y se le escuchó murmurar: <<Ha sido la mejor noche de mi vida>>.      

A las 4:00am tocaron diana las primeras trompetas y cornetas, poniendo en marcha a la Grande Armée y sus miles de hombres, caballos, armas y equipos, había llegado el momento de la verdad para esta extraordinaria máquina de guerra y su comandante. Las unidades comenzaron su despliegue bajo una densa niebla que cubría el campo de batalla, “el aire era claro, la escarcha y el hielo cubrían de blanco el suelo, los soldados formaban tensos con sus armas, los caballos relinchaban y pateaban el suelo, los artilleros avivaban el fuego de sus antorchas para mantenerlas encendidas y se acumulaban reservas de munición, la tensión subía de forma palpable (Chandler, Pág. 51)”. A las 5:00am, los cinco mariscales de Napoleón (Soult, Davout, Lannes, Berthier, Bernadotte) y el Príncipe Joaquín Murat, jefe de la caballería, se presentaron en la tienda con suelo de paja del Emperador para confirmar los planes y recibir las últimas instrucciones, tras unas pocas frases cortantes de Napoleón, la comprobación de algunos detalles sobre los mapas y una sincronización de los tiempos, se dio por terminada la reunión, los mariscales se dirigieron a ocupar sus posiciones de combate, Soult y Berthier permanecieron junto al Emperador. A las 6:00am, pese a las demoras por el clima y las interferencias temperamentales del Zar, la izquierda austro-rusa con tres columnas que sumaban más de 15.000 hombres comenzó sus ataques buscando destruir la derecha francesa conformada por 12.000 soldados que pese a los duros embates resistía, obligando que a las 8:45am los aliados desplazaran desde su centro, en las alturas de Pratzen, cerca de 40.000 hombres más con el fin de realizar el envolvimiento del flanco derecho de Napoleón. Al ver el torrente de hombres que descendía de los altos para apoyar el ataque aliado contra su derecha, Napoleón se giró hacia Soult preguntando: “¿Cuánto tiempo empleará en llevar sus divisiones hasta la cumbre de los Altos de Pratzen?, <<Menos de 20 minutos señor, mis hombres están escondidos al pie del valle, cubiertos por la niebla y el humo de los campamentos>>”. La mente de Napoleón calculó tiempos, distancias, líneas de acción alternativas, datos a favor y en contra, dejando espacio para la suerte, la diosa fortuna y su buena estrella, fue esto lo que le permitió conceder a los austro-rusos el tiempo exacto para debilitar su centro, mientras la batalla rugía con furia en su flanco izquierdo donde rusos y franceses combatían, sin que ninguno cediera. 

A las 9:00am sonaron las campanas de una iglesia cercana y Napoleón dijo al Mariscal Soult: “Un soplido fuerte y se acaba la guerra, no tengo que decirle nada, excepto que se comporte como siempre lo hace”, Soult de inmediato se dirigió hacia el lugar donde estaban sus tropas, mientras Napoleón decía a su Estado Mayor: “El enemigo nos excede en número, esperan atacarme y vencerme, no, aún más, no solo vencernos, quieren separarnos de Viena y rodear el ejército francés, !! piensan que soy un novato !! bueno, se arrepentirán”. Bajo las Alturas de Pratzen, entre la neblina, de repente, batieron los tambores con el <<paso de carga>>, mientras se empezaban a hacer visibles los destellos de los rayos del sol fulgurando sobre las bayonetas de la infantería francesa de Soult que avanzaba sobre las suaves pendientes de Pratzen, sin disparar un solo tiro, momento en el que un oficial del Estado Mayor ruso dijo: <<!! Miren allí, justo debajo de nosotros, son franceses !!>>. Kutusov, alarmado por el avance y la cercanía del enemigo sabía que sus tropas tenían que regresar a los Altos de Pratzen, de inmediato. Por ello envió jinetes a todo galope pidiendo que las unidades que se dirigían sobre la derecha francesa regresaran rápidamente, mientras el Zar veía horrorizado la frenética actividad de su Estado Mayor y el regreso de sus valientes tropas que pese a su arrojo, se encontraron con un consolidado e imparable avance francés que los barrió, para las 11:00am el centro del ejército francés era dueño de Pratzen. En medio del humo, los gritos, la neblina y las descargas de las armas, los austro-rusos lanzaron contrataques con sus regimientos para tratar de desalojar a los franceses que se mantuvieron firmes, momento en el que Napoleón decidió trasladar su puesto de mando a los Altos de Pratzen y ordenar al mismo tiempo un avance general en esa misma dirección de sus tropas de élite: La Guardia Imperial, los granaderos y las tropas del Mariscal Bernadotte, que ascendieron a Pratzen gritando !! Viva el Emperador !!, quien desde la cumbre observó el panorama general de toda la batalla.

Mientras el estado de ánimo de los aliados empezaba a decaer, Napoleón pudo ver a la distancia la imponente aproximación de la Guardia Imperial Rusa, que avanzaba por Dios, el Zar y la Santa Rusia para tratar de revertir la difícil situación del centro aliado, generándose un brutal choque de espadas y mosquetes, caballos y hombres, que entre gritos y relinchos luchaban con ferocidad, anegando el suelo con sangre, con todos los desórdenes e impudores de la muerte. Aunque inicialmente lograron poner en fuga algunas unidades francesas, Napoleón ordenó el avance de su Guardia Imperial y la utilización de más caballería en el combate, enzarzándose rusos y franceses una feroz lucha que al final, con la intervención de la caballería mameluca, se decantó a favor de las fuerzas de Napoleón. Para las 2:00pm el centro ruso había dejado de existir, los franceses habían contrarrestando los esfuerzos de los aliados por retomar dicha posición y ahora Bonaparte se preparaba para dar el golpe de gracia a las fuerzas de la coalición avanzando para rodear y destruir su flanco izquierdo. Ordenó que el centro de su ejército girara a la derecha descendiendo de las alturas de Pratzen con el fin de rodear el ala izquierda aliada que quedó cercada entre la congelada laguna de Satschan, la derecha francesa que había recibido refuerzos en diferentes momentos del día y el dinámico avance del centro, dando el Mariscal Davout la orden de: “Prisioneros no”, lo que desencadenó la inmisericorde acción de las bayonetas sobre los heridos y los desesperados austro-rusos que aún luchaban con valor. Asediados por el implacable avance francés, los soldados se lanzaron sobre las congeladas aguas del Satschan para tratar de escapar, sin embargo, Napoleón, el implacable artillero, llegó al galope hasta donde se hallaban sus cañones y exclamó: “Estáis perdiendo el tiempo, haced fuego sobre las masas, deben perecer ahogadas”, tomó diez minutos cumplir la orden, las balas destrozaron la superficie congelada del lago, lo que hundió a soldados, caballos y cañones en sus gélidas aguas, muriendo entre 200 a 2.000 hombres, mientras que la orden de no tomar prisioneros se seguía cumpliendo sin dilación para que no quedara ningún enemigo vivo a espaladas de las tropas.

El ala derecha aliada, pese a mantenerse en un orden razonable a lo largo del día había sufrido cerca de 2.500 muertos y 4.000 hombres habían sido tomados prisioneros, lo que la obligó a retirarse ante el desplome del centro austro-ruso y la total destrucción del ala izquierda. A las 4:30pm habían finalizado los combates, Napoleón descendió al valle entre los gritos de sus exhaustas pero triunfantes tropas que gritaban, !! Viva el Emperador !! habiendo sufrido tan solo 9.000 bajas (12% de su fuerza), de las cuales 1.300 fueron muertos. Por el lado austro-ruso había 27.000 hombres entre muertos, moribundos, heridos que se retorcían de dolor en el suelo congelado y los que fueron tomados como prisioneros, lo que representaba 32% de la fuerza atacante, incluyendo la pérdida de 9 generales, 20 oficiales de alta graduación, 800 oficiales, 4.000 muertos austriacos y 11.000 muertos rusos. Esa noche no hubo persecución, los vencedores estaban tan cansados como los vencidos, el genio militar de Napoleón era incuestionable y las temibles capacidades operacionales de la Grande Armée, irrebatibles. El Emperador ordenó atender a los heridos y de regreso a Brünn, personalmente dio brandy a algunos de ellos, tras comer algunas de las raciones del ejército, se ubicó en una gran hoguera para secarse, a medianoche, el príncipe austriaco Liechtenstein se presentó personalmente ante él con bandera de tregua, buscando una reunión en nombre el Emperador Francisco II, para el día 4 de diciembre. Tras despedir al austriaco, escribió una nota a Josefina: “He batido al ejercito austro-ruso mandado por dos emperadores, estoy un poco casado, he acampado al descubierto durante ocho días y otras tantas noches heladoras. Mañana podré descansar en el castillo del príncipe Kaunitz (En Austerlitz) y allí podré descabezar dos o tres horas de sueño. El ejército ruso no está solamente batido, sino destruido. Te abraza, Napoleón”, luego se echó en su catre de campaña y durmió profundamente cuidado por su guardaespaldas, el mameluco Roustam.

Tras reunirse con el Emperador austriaco el 4 de diciembre, se firmó un armisticio que entró en vigor el 5, a los soldados rusos se les permitió volver a su país y el resto de su ejército, con una actitud estoica que los había hecho merecedores de la envidiosa admiración de Napoleón, marchó orgulloso mientras se retiraba hacia Hungría y Polonia. El Zar envió un mensaje a Napoleón en el que manifestó: “Dígale a su jefe que me marcho, dígale que ha hecho milagros (…) que la batalla ha aumentado mi admiración por él; que es un hombre predestinado por el cielo y que tendrían que pasar cien años para que mi ejército se iguale al suyo”, con estas palabras murió la Tercera Coalición. En Londres, cuando se enteraron de la magnitud de la derrota, el Primer Ministro Pitt, quien moriría el 23 de enero de 1806 a causa de una mala salud agravada por la agotadora guerra contra la Francia revolucionaria, ordenó a sus sirvientes: <<enrollen el mapa de Europa, no lo vamos a necesitar en siete años>>.  En Viena continuaron las negociaciones de paz que terminaron el 26 de diciembre, cuando Austria y Francia firmaron la Paz de Pressburg, que con unos duros términos para el derrotado puso fin a la guerra. El 7 de diciembre, el Emperador distribuyó premios en oro y francos entre sus tropas, se dio pensión a las viudas de los caídos, los niños huérfanos fueron adoptaos por el Emperador y a todos se les encontraría lugar en las escuelas del Estado, asegurándoseles también trabajo y matrimonio. El 26 de enero de 1806 Napoleón regresó a Paris y siguiendo el modelo de la Columna de Trajano, ordenó levantar la “Columna de Austerlitz o Columna Vendôme”, que fue construida con el bronce de los 180 cañones capturados a rusos y austriacos, terminada en 1810, en ella reza: “Napoleón Emperador Augusto dedicó a la gloria del Gran Ejército esta columna formada con el bronce tomado al enemigo durante la guerra de Alemania, ganada bajo sus órdenes en 1805, en el espacio de tres meses». Napoleón no entregó a ninguno de sus mariscales o generales un título nobiliario en honor a esta victoria, como era la costumbre, Austerlitz es la única victoria que fue exclusivamente suya.

Napoleón es sin duda uno de los más extraordinarios guerreros de Europa, sin embargo, con su pluma no produjo un texto que recogiera las teorías o principios que guiaron su espada, así como la conducción de las guerras que libró. Esta ardua tarea fue una labor a la que se abocaron toda surte estudiosos tras su muerte, siendo algunos de los más destacados el General Suizo Antoine-Henri Jomini (1779-1869) o el General prusiano Karl Von Clausewitz (1780-1832). Al poco tiempo de su muerte, surgieron textos con las máximas y pensamientos de Napoleón para la conducción de la guerra, el gobierno o el Estado, siendo uno de los más celebres el publicado en Paris, en 1827, gracias a las conversaciones con Emmanuel de Las Cases en Santa Elena, un texto que posteriormente fue revisado e introducido por Honoré de Balzac. En el documento se pueden encontrar las ideas y pensamientos del Gran Corso sobre la ley, el azar, la moral, el poder, el pueblo, la guerra, el dinero, la envidia, el miedo, el interés, la religión, la libertad, la ambición y muchos otros temas, en los que las masas podían ver la compleja alma del Emperador, bien fuera que se le amara o se le odiase, siendo identificables en sus reflexiones los elementos medulares del pensamiento estratégico, constituidos en torno al liderazgo, la estrategia y la visión de futuro. Su visión de futuro, sobre cómo se iban a comportar sus enemigos, sus tropas o el conjunto del campo de batalla, aspectos identificables con precisión en Austerlitz, partía del hecho de que “la guerra es un estado natural”, dejando claro que “en la guerra, el genio es el pensamiento aplicado a la acción”.

Tal y como se evidenció en la Batalla de los Tres Emperadores, para Napoleón “un plan de campaña debe anticipar cada cosa que el enemigo pueda hacer y contener las medidas para frustrarlo, los planes de campaña deben ser infinitamente modificados de acuerdo con las circunstancias, la genialidad del comandante, la calidad de las tropas y la topografía de los teatros de la guerra”, destacando también que “todas las guerras deben ser sistemáticas, para cada guerra se debe tener un objetivo y debe ser conducida de conformidad con los principios y reglas del arte de la guerra, toda guerra debe ser afrontada con las fuerzas correspondientes a la magnitud de los obstáculos que se han anticipado”. Asimismo, afirmó que “no se debe hacer ningún despacho el día previo a la batalla, debido a que durante la noche las cosas pueden cambiar bien por la retirada del enemigo o por la llegada de poderosos refuerzos, que pueden poner al enemigo en posición asumir una ofensiva, haciendo que las disposiciones previas que se han tomado sean ruinosas”. Para el Emperador “el primer principio que debe seguir un general es calcular que se tiene que hacer, luego determinar si tiene todos los medios para superar los obstáculos que el enemigo le pondrá y cuando ha tomado su decisión, hacer todo para superarlos”. Napoleón sentenció que “un general irresoluto que actúa sin principios y sin plan, aunque dirija un ejército numéricamente superior al del enemigo, casi siempre se encontrará en inferioridad frente a éste en el campo de batalla, las torpezas, el <<mezzo termine>>, el curso medio, lo pierden todo en la guerra”.

Como estratega fue enfático al plantear que “pasar de la defensiva a la ofensiva es una de las más delicadas operaciones en la guerra”, al tiempo que recalcó que “una máxima bien establecida en la guerra es no hacer nada de lo que nuestro enemigo quiere que hagamos y por la simple razón que eso es lo que él quiere, se debe evitar un campo de batalla que el enemigo ha reconocido y estudiado, se debe ser aún más cuidadoso en evitar uno que ha sido fortificado y en el que el enemigo se ha atrincherado, siendo un corolario de este principio nunca atacar de frente una posición que puede ser flanqueada”. Para Napoleón era “una violación de los principios hacer actuar los cuerpos de ejército separadamente, sin comunicación entre ellos, mientras se hace frente a un enemigo concentrado con buenas comunicaciones”.  Asimismo, recalcó que “un buen general, buenos oficiales, comisionados o no comisionados, buena organización, buena instrucción y una estricta disciplina, generan buenas tropas independientemente de la causa por la que están luchando”, siendo para el Emperador claro en que “es muy difícil para una nación crear un ejército cuando no se tiene un cuerpo de oficiales y oficiales no comisionados que sirvan como núcleo, así como un apropiado sistema de organización militar”, siendo enfático en que “nada es más importante en la guerra que la unidad de comando, por lo tanto, cuando se estén llevando a cabo hostilidades contra una sola potencia, debe haber un solo ejército que actúe bajo una misma línea y dirigido por un comandante”.

Para Bonaparte era crucial que un oficial de Estado Mayor “estuviera familiarizado con la geografía y la topografía del país, siendo hábil haciendo reconocimientos y estando atento al despacho de órdenes, siendo necesario que sea capaz de presentar con simplicidad los más complicados movimientos del ejército”, al tiempo que esperaba que un general “se guiara por su propia experiencia o genio, las tácticas, la evolución y ciencia de la ingeniería o la artillería debe aprenderse de los manuales, pero el generalato se adquiere únicamente por la experiencia y el profundo estudio de las campañas de los grandes comandantes como Gustavo Adolfo, Turenne o Federico el Grande, así como de Alejandro Magno, Aníbal y Cesar, ya que todos han actuado según los mismos principios… Es por el miedo a la reputación de tus armas que mantienes la lealtad de tus aliados y la obediencia de los conquistados”. Para Napoleón “un ejército debe estar siempre preparado para oponer toda la resistencia que sea capaz”, expresando también que “en la guerra, la teoría es buena para dar ideas generales, pero la ejecución estricta de las reglas será siempre peligrosa: la curva se debe trazar en función de los ejes”. 

Frente al liderazgo Napoleón expresó que “la frialdad es la cualidad más grande de un hombre predestinado a mandar” y que “un general se debe preguntar muchas veces al día: si un ejército enemigo apareciera por el frente, a mi derecha o a mi izquierda ¿Qué debo hacer? Y si se siente incómodo con la respuesta, sus arreglos son malos, hay algo mal y debe rectificar su error”. Dictaminó también que “hay algunas cosas en la guerra de las que solo el comandante entiende su importancia, nada superior a su firmeza y habilidad puede dominar y superar todas las dificultades”, reconociendo que “es excepcional y difícil encontrar todas las cualidades de un gran general combinadas en un solo hombre, lo que es más deseable y distingue a un hombre excepcional, es el balance entre inteligencia y habilidad, con carácter o coraje. Si el coraje es dominante, el general se arriesgará más allá de sus capacidades y si es al contrario, no se atreverá a actuar si su carácter o su coraje están por debajo de su inteligencia”. Para Napoleón “ningún soberano, ningún pueblo y ningún general puede estar seguro si a los oficiales se les permite capitular en el campo y deponer sus armas en virtud de una negociación que les es favorable a sí mismos y a las tropas bajo su mando, pero desfavorable a los intereses del resto del ejército… esa conducta debe ser proscrita, catalogada como infame y penada con la muerte, los generales, oficiales y soldados que en batalla hayan salvado su vida capitulando, deben ser diezmados”.

De acuerdo con el Gran Corso “un general no se puede exonerar a si mismo de la responsabilidad por sus faltas argumentando que cumplía una orden de su soberano o de un ministro, en especial cuando el individuo del que procede la orden está muy lejos del teatro de operaciones y por parcialidad, poco familiarizado con el estado actual de las cosas… Es preferible renunciar, que convertirse en el instrumento de la ruina de su ejército”, siendo la “primera cualificación de un buen general el tener una cabeza fría, las cosas deben aparecer ante él en sus verdaderas proporciones y tal como son en realidad, siendo un individuo que no puede verse afectado por buenas o malas noticias… Hay algunos hombres que por su constitución física y moral, cubren todo con los colores de la imaginación, sin importar el conocimiento, talento, coraje u otras buenas cualidades que pueda tener, la naturaleza no los ha dotado para comandar ejércitos o para dirigir operaciones de guerra a gran escala”. El Emperador fue tajante al afirmar que “se debe leer una y otra vez las campañas de Alejandro Magno, Aníbal, Cesar, Gustavo, Turenne, Eugenio y Federico El Grande, has de ellos tus ejemplos a seguir, esa es la única forma en la que te puedes convertir en un gran general y en un maestro de los secretos del arte de la guerra, iluminando tu propio genio con el estudio, jamás rechazaras las máximas de los grandes comandantes”.     

Napoleón cayó definitivamente derrotado por la Séptima Coalición (Marzo-Julio de 1815, conformada por Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia), en junio de 1815, tras la batalla librada en Waterloo contra el Duque de Wellington y el Mariscal Gebhard von Blücher, terminando así el Primer Imperio Francés. Pese al genio de Bonaparte, con el paso de los años la guerra creció en complejidad y magnitud, los propios errores de Bonaparte, sumados al obligado proceso de aprendizaje que llevaron a cabo sus enemigos tras las derrotas, les llevó a desarrollar formas cada vez más eficaces de luchar contra el Emperador, lo que les permitió vencerlo en España (1808-1814), Aspern-Essling (Mayo 1809), Rusia (Junio – Diciembre 1812) o Leipzig (Octubre 1813), al tiempo que el Emperador tuvo que enfrentar, no siempre con éxito, desafiantes formas de la guerra como las guerrillas a las que tuvo que hacer frente en España o Rusia. Esta situación, exacerbada por el desangre al que Napoleón sometió al pueblo francés que veía que tras cada guerra o victoria le seguía otra confrontación que exigía nuevos reclutas, más recursos y más esfuerzos para reponer los ejecitos perdidos, llevó a que amigos, familiares, políticos u oficiales lo abandonaran o lo traicionaran, siendo el grito universal de Francia y Europa para 1814: !! Assez de Bonaparte – Basta de Bonaparte !!.

La meteórica e incomparable vida de Napoleón se apagó, consumida por el desengaño, durante su exilio en la remota isla de Santa Elena, en el Atlántico Sur, el 5 de mayo de 1821. Sin embargo, sus logros, sus virtudes y defectos, sus triunfos y desastres, lo convirtieron en un símbolo donde unos ven al genio militar, al guerrero victorioso, otros al hijo del pueblo, al aventurero egipcio, unos más al eterno lector, al inquebrantable intelectual, al hijo del destino o al político avasallador, mientras otros reconocen en él al advenedizo, al tirano irredento, al traidor de la revolución, al implacable destructor de hombres, al enemigo de todas las naciones de Europa o al megalómano delirante de empresas desmesuradas, en cualquier caso un hombre único. A medida que las biografías y documentos sobre el Emperador se multiplicaron, la leyenda del Napoleón del pueblo también creció en los poemas, en los cuentos de las abuelas, en las granjas donde los viejos soldados contaban sus gestas y a través de los políticos, partidarios, enemigos o detractores que pese a todo, no podían permanecer indiferentes, como dijo Pushkin en su novela en verso, Eugenio Oneguin (1823-1830): “Todos los hombres son ceros, // Las unidades somos sólo nosotros. // Napoleón es nuestra única inspiración; // Los millones de la creación de dos patas // Para nosotros son instrumentos y herramientas…”. 

Bonaparte, que conquistó y perdió la mitad de Europa, entendió que la guerra es un arte que contiene a todos los demás y él lo dominó con excepcional maestría, los pasos del Emperador aún resuenan con fuerza en la historia, siendo su vida y sus lecciones para la conducción de la guerra referentes invaluables de la genialidad y de la locura que casi siempre la acompaña. Emil Ludwig, en su biografía sobre Napoleón nos narra que en sus últimos días, postrado y consumido por un cáncer de estómago, el exiliado Emperador “vuelve a ser soldado, revive su primera campaña en Italia, evoca a su alrededor a sus antiguos compañeros de armas y grita: <<!! Desaix !!, !! Massena !!, !! Corramos a la victoria, adelante, son nuestros !!>>. La última noche de su vida fue terrible y al amanecer, lo último que se le escuchó murmurar, en medio de su delirio, fue: <<Francia… Cabeza de ejército>>. Tal y como lo señaló Goethe: “La historia de Napoleón me produce una impresión semejante a la del Apocalipsis de San Juan, todos sentimos como si debiese haber en ella algo más, pero no sabemos el qué”, ese qué, ha fascinado, desconcertado y seguirá cautivando, a todo tipo de personas, que se sienten atraídas por las virtudes e inmensos defectos del Gran Corso. Un carácter complejo, casi inabarcable, al que hoy nos seguimos aproximando a través de series, ensayos, canciones, biografías, estudios académicos o películas, como la que próximamente veremos de la mano de Ridley Scott y Joaquín Phoenix, buscando lograr una mejor comprensión de su vida, sus facetas, sus acciones, sus circunstancias y contradicciones. Sin duda, las inigualables hazañas del Emperador Francés continuarán asombrándonos.

Bibliografía 

Bainville Jacques (1994). Napoleón. Editorial Porrúa. Argentina.

Chandler David (1994). Austerlitz: La batalla de los tres emperadores. Osprey. Madrid.

Phillips Thomas (1940). Roots of strategy: The five greatest military classics of all time. Stackpole Books. United Sates of America.

Honoré de Balzac – Cardona Francesc (2017). Napoleón Bonaparte: Máximas y pensamientos. Editorial Fontana. Barcelona.

Ludwig Emil (1956). Napoleón. Editorial Juventud. Barcelona.

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Guerra en Siria 2011 - 2017

Autor:

Guerra en Siria 2011-2017: Aproximación los objetivos e intereses de Siria, Estados Unidos, Rusia y sus aliados. Publicado por Amazon KDP. Septiembre de 2018. Middletown DE – USA.

Descripción:

Desde marzo de 2011 la República Árabe de Siria se ha visto consumida por una brutal guerra que hunde sus raíces en la convergencia de varias confrontaciones interconectadas, que han sido alimentadas por actores nacionales, regionales y mundiales, quienes a partir de una particular identificación de objetivos, intereses, riesgos y oportunidades, tanto potenciales como reales, han decidido luchar con particular ferocidad. El conflicto continuó adquiriendo nuevas connotaciones marcadas por la profundización de una guerra muy degradada y por el incremento de las tensiones entre norteamericanos y rusos. ¿Qué factores internos y externos llevaron a la confrontación? ¿Cuáles son los intereses u objetivos de los actores involucrados en la guerra? y ¿Qué lecciones deja este conflicto? son algunas de las preguntas que se pretende responder con este breve texto, que busca contribuir a la comprensión de esta guerra.

Primera guerra mundial

A cien años del inicio de la Gran Guerra sigue causando consternación la manera en la que se concatenaron los hechos y se dio forma a las decisiones de los gobiernos europeos en respuesta al asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio Austrohúngaro, en Sarajevo, a manos de un nacionalista Serbio. Las acciones puestas en marcha en ese momento llevaron a los pueblos de Europa a una titánica confrontación, incomparable en sus magnitudes y cuyas consecuencias marcaron el Siglo XX. En aquel verano de 1914 se desencadenó una compleja maquinaría de alianzas político – militares, que en los siguientes cuatro años consumió la fuerza vital de las naciones europeas. Las complejas visiones e intereses de las potencias europeas se vieron reflejados en el manejo de la política exterior, explicando en buena medida, las causas de la guerra. Sin embargo, la guerra también fue posible porque los gobiernos contaron durante parte de la misma con el apoyo decidido de la sociedad. En ese sentido, el presente libro busca presentar la forma en la que interactuaron los gobiernos entre sí y los gobiernos con sus sociedades antes de la guerra, dando cuerpo a sus causas.

Homo Furens o el hombre como guerrero

Autor:

Homo Furens o el hombre como guerrero. Publicado por Editorial Académica Española. Agosto de 2016. Dusseldorf – Alemania.

Descripción:

La guerra es tal vez la más compleja y perdurable de las actividades sociales que emprenden los seres humanos, siendo un referente cultural común para todas las civilizaciones. Los esfuerzos por comprenderla, librarla exitosamente o prevenirla, están dentro de los campos de estudio que requieren de mayor atención. Aunque la guerra colma las páginas de la historia e involucra un gran número de elementos que interactúan de forma constante haciéndola un sistema extraordinariamente complejo, sigue siendo una actividad en la que el individuo que la lleva acabo es central. Por ello en este texto se busca hacer una breve reflexión sobre la guerra desde ese nivel, el del individuo, el soldado, que es quien enfrentado a la dura realidad de la guerra se transforma en un Homo Furens, en un guerrero, una subespecie del Homo Sapiens, que surge por y para la guerra, definiendo su naturaleza, dándole fuerza y dinamismo, así como continuidad. Esta situación es resultado de varios elementos, siendo central los encantos o placeres que las personas, convertidas en guerreros, encuentran en la guerra.