ANIMALES Y HOMBRES: HERMANOS DE ARMAS

“Mesurad un momento el sentido que toman las palabras «honor», «valor», «dedicación», «lealtad» y «sacrificio» porque se conjugaron para este valiente animal. El heroísmo no es una virtud reservada a los hombres. Digno de un profundo respeto, símbolo de la devoción y la vigilancia, Moustache, el perro de leyenda es y seguirá siendo, un ejemplo. Que la memoria de los hombres pueda conservar durante mucho tiempo su huella” 

Christian Cadoppi – Marzo 11 de 2006 

En junio del año 326.AC, Alejandro Magno (356.AC – 323.AC) enfrentó al Rey Poros (S IV.AC – 316.AC), gobernante de la región de Punyab Occidental, en Hydaspes (Actual Jhelum-Pakistán). En esta dura batalla combatieron cerca de 40.000 macedonios contra unos 22.500 hombres del reino indio de Taxila, incluidos unos 85 a 200 temibles elefantes de guerra que bajo el comando de su Rey, quien montaba un gigantesco paquidermo, ofrecieron una tenaz resistencia que solo se rompió gracias al ataque combinado de la caballería e infantería macedonias contra el centro y el flanco izquierdo indios, así como por la destrucción de la caballería india y la muerte de algunos de los elefantes o sus conductores. Se cuenta que el imponente Poros, un hombre de más de dos metros de altura, rechazó retirarse, siguió luchando sobre su elefante de guerra hasta cuando recibió una profunda herida en el hombro, momento en el que el animal lo protegió, pues al verlo debilitado por el combate y las lesiones, se arrodilló con cuidado para que no cayera, resguardándolo de los enemigos con su cuerpo. La valentía, decisión y firme carácter de Poros le ganaron el respeto de Alejandro, quien le permitió continuar gobernado sus territorios.  

En esta lucha ocurrió la muerte del célebre caballo de Alejandro, Bucéfalo, durante o poco después de la batalla, producto de las heridas recibidas, aunque otras fuentes culpan del fallecimiento a la avanzada edad del equino. Los mitos cuentan que este indómito semental de color negro azabache, cuyo nombre significa <<Cabeza de buey>>, debido a su ancho cráneo o a la existencia de una mancha blanca con forma de cabeza de toro en la espalda o de estrella en la frente, era hijo de una de las yeguas comedoras de carne humana del infame Rey de Tracia – Diomedes, quien fue derrotado por Hércules y devorado por sus propios animales, durante el octavo trabajo del héroe griego. Bucéfalo fue llevado a Macedonia como regalo para el padre de Alejandro (Filipo II, 382.AC – 336.AC) en el 346.AC, quien pensó en devolverlo al ser una criatura fiera, salvaje e indómita, sin embargo, Alejando logró montarlo al percatarse de que el caballo le tenía miedo a su propia sombra, poniéndolo por ello de frente al sol para que, al galopar, ésta quedara fuera de su visión. El vínculo afectivo entre Alejandro y Bucéfalo fue profundo, durante sus treinta años de vida fue el único hombre que pudo móntalo, acompañó al conquistador en todas sus batallas desde Grecia hasta los confines de la India y tras su muerte, Alejandro lo honró fundando una ciudad en su nombre: Alejandría Bucefalia, en la orilla derecha del río Hydaspes.   

​Pese a la victoria, Alejandro afrontó el amotinamiento de sus hombres cuando se hallaba en el río Hífasis (Actual Bias), al desear proseguir con la conquista de la mítica India. Las tropas greco-macedonias se negaron a seguir avanzando debido al agotamiento causado por más de ocho años de marchas, asedios y feroces batallas, así como por la zozobra que causaba el desconocido mundo que los esperaba más adelante, a lo que se sumaba la conmoción que causó entre los soldados el pavoroso choque contra los elefantes de guerra indios del Rey Poros. Estos aguerridos animales, con su majestuosa presencia e intimidante barritar, sembraron el terror en el corazón de hombres y caballos, siendo claro para los griegos que eran unas criaturas aterradoras contra las que muy probablemente tendrían que volver a luchar, si seguían adelante. Ante la imposibilidad de continuar avanzando con su ejército, Alejandro decidió regresar a Persia marchando hacia el sur, descendiendo por el valle del Indo y enfrentado en su camino varias tribus que trataron de resistirse al nuevo conquistador, destacando entre ellas, la de los belicosos Malios. Aunque este pueblo enfrentó a Alejandro a campo abierto, fue derrotado y se retiró a su capital, Malian (Probablemente la moderna Multán – Pakistán). 

Alejandro ordenó a sus ingenieros trabajar para socavar las murallas de la ciudad, al tiempo que sus topas realizaban un asalto con escaleras sobre el perímetro fortificado. Las narraciones de la época cuentan que el impetuoso conquistador se lanzó sobre los muros de la ciudad y ascendió por una de las escalerillas protegiéndose con su escudo, pero esta se cayó debido a la masa de soldados que se arremolinaron en su base para tratar de seguirlo, quedando aislando dentro de la muralla y rodeado de enemigos. Solo y expuesto, los defensores se abalanzaron sobre el macedonio quien los enfrentó sin titubear con su espada en la mano, matando a varios de ellos, mientras descendía de las murallas hacia el interior de la ciudad. Alejandro continuó luchando hasta que tres de sus soldados llegaron a su lado, momento en el que una flecha o lanza lo golpeo de lleno en el pecho, atravesando la armadura y penetrando uno de sus pulmones, causando que se desplomara en el acto y perdiera el conocimiento, mientras sangraba copiosamente. De entre el grupo de guerreros que se lanzaron para tratar de ayudar a su comandante, se adelantó Péritas, el célebre perro de guerra de Alejandro, un moloso fuerte, enorme, musculoso y determinado, que le había sido regalado por su tío, Alejandro I de Epiro – Rey de los Molosos.  

Este can fue criado por el propio conquistador, que le tenía un infinito afecto, siendo su compañero durante todas las expediciones por el Imperio Persa y quien fue enviado en esta oportunidad a ayudar a su dueño por Leonato, uno de los generales del Estado Mayor de Alejandro, al percatarse del gran peligro en el que se encontraba su amigo. Péritas se lanzó contra los atacantes Malios con una furia digna del guardián del Hades, Cerbero, dando tiempo para que más soldados llegaran para proteger y rescatar a Alejandro. En el brutal combate, Péritas resultó gravemente herido, pero consiguió arrastrarse para morir en el regazo de Alejandro, un hombre con el que vivió, luchó y al que consiguió salvar la vida, razón por la cual su dueño lo honró ordenado la construcción de una ciudad a orillas del Hydaspes, una obra con la que conmemoró tan alto sacrificio. Las fuentes antiguas mencionan que Péritas había llegado a la vida de Alejandro siendo adulto y con el propósito de remplazar a otro perro que le había regalado su tío, un can que lamentablemente no llenó las expectativas de Alejandro debido a su falta de carácter, razón por la cual lo mandó a ejecutar. Al enviar a este nuevo perro, el tío escribió a su sobrino diciendo: “Emplea este perro, no contra pequeños animales, sino contra el león o el elefante». 

Así lo hizo Alejandro quien decidió enfrentar a este nuevo guerrero contra estas dos fieras, narrando Plinio que: “El león quedó despedazado enseguida; después hizo traer un elefante y nunca un espectáculo le causó tanto placer; efectivamente, el pelo se le erizó y el perro comenzó a ladrar de una manera terrible, después vino el ataque: Se levantó contra el monstruo por una parte, luego por la contraria, asaltándolo y evitándolo con la dirección necesaria para un combate desigual, al final lo hizo girar tanto que el elefante cayó y su caída sacudió la tierra”. Péritas, también parece haber sido el perro que durante la batalla de Gaugamela (331.AC), el enfrentamiento definitivo entre Alejandro Magno y Darío III, atacó uno de los quince elefantes que el Gran Rey Persa llevó a la contienda y que se acercó de forma peligrosa a la posición de Alejandro, acometiendo con ferocidad contra el labio del paquidermo, para luego atacarlo en la trompa, desgarrándosela. En el llamado sarcófago de Alejandro, un ataúd de piedra fabricado hacia el siglo IV.AC cerca de Sidón (Líbano – Actualmente en el museo arqueológico de Estambul) y gravado con bajo relieves de la vida del conquistador, se puede ver al Magno en su montura cazando con otros jinetes a un león que ataca un caballo, siendo identificables un par de perros, uno de los cuales avanza decidido bajo Bucéfalo, una posible referencia a Péritas y la importancia de estos animales en la vida del gran macedonio.   

En la difícil campaña de Alejandro por la India, se puede encontrar a perros, caballos o elefantes acompañándolo en la lucha o como adversarios de sus ejércitos, tres animales que desde la más remota antigüedad han asistido a los seres humanos durante las guerras, destacando por su fuerza, su lealtad, su empatía y su valentía, siendo criaturas que constantemente han estado presentes, luchando hombro a hombro, con las tropas de los hombres en sus interminables conflictos. Ya en la Odisea (762.AC ¿?), el poema épico de Homero (S. VIII.AC) que nos cuenta la década de aventuras que le tomó al astuto héroe griego Odiseo regresar a su isla de Ítaca tras la Guerra de Troya (1250.AC ¿?), se nos narra que este gran comandante de los ejércitos griegos, luego de padecer todo tipo de penalidades causadas por los dioses, finalmente logró desembarcar en su reino. Sin embargo, su protectora, Atenea, la diosa de la guerra estratégica y la sabiduría, lo previno de presentarse inmediatamente en el palacio ya que los pretendientes que anhelaban su trono, sus tesoros y su esposa, Penélope, podrían matarlo, pues había estado dos décadas fuera del reino y muchos ya lo daban por muerto. Por ello, Atenea lo transformó en un viejo mendigo, con ropas sucias y andrajosas, ordenándole ir a la choza de un porquero, Eumeno, quien, siguiendo la norma de hospitalidad de Zeus, lo recibió y le dio comida, mientras lamentaba la muerte de su querido rey, quien nunca había regresado de la Guerra de Troya. Al día siguiente, Atenea pidió, tanto a Odiseo como a su hijo, Telémaco, que se encontró por casualidad con el mendigo cuando regresaba a la isla tras buscar infructuosamente a su padre, que determinaran cómo el rey debía ingresar al palacio, darse a conocer a su esposa y eliminar a los codiciosos e insolentes pretendientes. 

Disfrazado de mendigo, Odiseo se presentó en el palacio, allí, cerca de la corte, yacía Argos, un enorme perro de caza y pastoreo que el propio héroe había criado y adiestrado desde cachorro, antes de partir a la guerra. Al sabueso, los indignos pretendientes lo habían expulsado del salón y el personal del palacio lo había despreciado teniendo el pobre animal que rebuscarse algo de comida, pues envejecido, desamparado e ignorado, ya no podía correr veloz como el rayo para cazar, ni contaba con una mano gentil para obtener un buen sustento en sus días finales. Al acercarse el mendigo, un demacrado, famélico y senil Argos, que reposaba lastimosamente tirado en el suelo, levantó la cabeza, miró al extraño, levantó las orejas y comenzó a mover la cola en señal de alegría; el tiempo, la miseria, las heridas, los harapos, las penalidades y la protección de la diosa Atenea, no habían sido suficientes para esconder la identidad de su dueño a este perro fiel. Odiseo, giró la cabeza para que Eumeno no viera las lágrimas que corrían por su rostro, diciendo que “un sabueso tan noble como éste no debería estar así, desatendido en un patio”, a lo que el porquero respondió: “Éste es el perro de un hombre que ha muerto en la guerra, en una tierra lejana, si fuera lo que fue en su cuerpo y hazañas de caza, cuando Odiseo lo dejó para ir a Troya, te maravillarías al ver su rapidez y su fuerza, no había bestia que pudiera huir de él cuando perseguía a una presa”. Cuando el mendigo y el porquero entraron en la corte, Argos expiró su último aliento, contento al morir, porque después de montar guardia durante veinte años, finalmente, había podido ver por última vez a su querido Odiseo, al rey de Ítaca que volvía para recuperar con astucia y fuerza lo que era suyo. Esta es una ilimitada muestra de fidelidad y lealtad, que algunos canes han mostrado aún después de la muerte de sus dueños. 

Es así como cabe recordar a Hircano, el perro del Rey Lisímaco (360.AC-282.AC), uno de los guardaespaldas de élite de Alejandro Magno, un hombre que se ganó el respeto del conquistador cuando tras ordenar que fuese lanzado a un león por haberlo desobedecido o enfurecido, enfrentó sin armas a la bestia, logrando de alguna forma matarla, ganándose así la admiración de Alejandro. Lisímaco ascendió hasta llegar a ser el gobernante de la región de Tracia, por lo que terminó involucrado en las guerras de sucesión entre los generales de Alejandro (Guerras de los Diadocos: 323.AC-281.AC), que tras su muerte se dividieron el imperio, enfrentándose y aniquilándose entre ellos, viviendo todos vidas violentas y muriendo también todos de forma violenta, excepto Ptolomeo de Egipto (366.AC–282.AC). Pese a la amistad que había unido a estos hombres entre sí y con Alejandro, en algunos casos desde la niñez, tras el repentino fallecimiento del gran conquistador, no dudaron en lanzarse unos contra otros, luchando con ferocidad en territorios que iban desde Grecia hasta Egipto, desde el Mediterráneo Oriental hasta la India. Esta situación llevó a todo tipo de alianzas, traiciones y brutales combates durante más de cuarenta años, que terminaron con el último enfrentamiento de la Guerra de los Diadocos, la Batalla de Corupedium (281.AC), en la llanura de Koros, antigua Lidia, región occidental de Anatolia (Actual Turquía). En este lugar se enfrentaron los antiguos compañeros, Seleuco y Lisímaco, ambos con más de 75 años, quienes, pese a la ineludible condena de Cronos, lucharon entre sí, cuerpo a cuerpo, durante la batalla.  

Algunas fuentes antiguas señalan que Lisímaco desplegó 51.000 soldados de infantería, 8.300 de caballería y 25 elefantes de guerra, mientras que Seleuco desplegó 31.500 infantes, 9.500 jinetes, 60 elefantes y 15 carros de guerra. Aunque no hay mayor información sobre el desarrollo específico de la batalla, si se recogió que un soldado de Seleuco, llamado Malacon, mató con una lanza o jabalina a Lisímaco, cuyo cadáver fue abandonado en el campo tras la precipitada retirada de sus tropas. El cuerpo de Lisímaco permaneció tirado en el campo de batalla durante días, solo cuando se pudo regresar para dar cuenta de los restos de hombres y animales, así como de los equipos o armas dejados atrás, fue posible reconocer a Lisímaco, gracias a que su leal perro, Hircano, había permanecido todo el tiempo a su lado, protegiendo el cuerpo y evitando que fuera profanado por las aves de carroña u otros animales. Cuentan las leyendas que un acto final, Hircano saltó, tras lanzar un fuerte aullido, a la pira funeraria donde ardía el cuerpo de su dueño, un sobrecogedor ejemplo de lealtad, que está más allá de lo que pueden expresar las palabras y que no pocos podrían catalogar como inmerecido, tomando en cuenta algunas de las cuestionables acciones realizadas por Lisímaco en vida, como el hecho de haber ejecutado a su hijo, Agatocles, producto de las intrigas de su segunda esposa, Arsinoe II.  

Sin olvidar las libertades narrativas de la antigüedad, donde mito, leyenda y realidad se mezclan, el relato del sacrificio de Péritas, el honorable comportamiento de Hircano frente al cadáver de Lisímaco, la profunda empatía vista en las acciones del elefante de guerra de Poros, así como la entrañable amistad de Bucéfalo con Alejandro y el ilimitado afecto expresado por Argos al reencontrase con Odiseo, nos muestran una de las cualidades más valoradas en los perros, caballos o elefantes que han acompañado a los hombres en la guerra: La lealtad. Esta virtud, siempre tan escasa e infrecuente entre los seres humanos, bien sea en tiempos de paz o de conflicto, alcanza nuevas cotas durante la guerra, la más extrema de todas las actividades humanas, donde lo peor y lo mejor de la naturaleza humana emerge en este milenario sistema social, para transformar a los hombres en “Homo Furens”, es decir en guerreros. El Furens, una subespecie del género homo que existe por y para la guerra, transmuta a los seres humanos en guerreros que así logran sobrellevar la pesada carga individual y colectiva de muerte, violencia, esfuerzo y destrucción inherente a toda confrontación. En este proceso, entre los guerreros, surge una poderosa fuerza colectiva que les permite encarar los rigores del combate, así como una realidad cotidiana donde saben que la probabilidad de morir o quedar terriblemente heridos es muy alta, siendo esta fuerza, la camaradería.  

La camaradería emerge en las unidades de guerreros que son galvanizadas por el duro adiestramiento y el combate, haciendo que los individuos tomen conciencia de la importancia del esfuerzo colectivo para sobrepasar obstáculos reales, que pueden ser mortales, haciendo más llevadero el riesgo de la muerte, de las heridas, así como el sacrificio individual por los camaradas con los que se lucha. Esta milenaria fuerza, que se identifica entre los seres humanos durante los enfrentamientos bélicos, también parece extenderse a los animales que participan en la guerras de los hombres, pues el comportamiento visto en Péritas, Hircano o el elefante de Poros, claramente se corresponde con manifestaciones de camaradería, que en los animales interpretamos como expresiones supremas de lealtad y fidelidad, comportamientos que se han seguido presentando en los campos de batalla a lo largo del historia, actitudes que continúan en la actualidad, aún frente a camaradas que son poco dignos del cariño, la empatía o el sacrifico de sus compañeros de armas de cuatro patas. Además de la lealtad, caballos, elefantes y especialmente los perros, han sido admirados por los guerreros, debido a su valor y fuerza, siendo estos últimos animales los que hasta la actualidad conservan un rol central en las guerras que se libran en todo el mundo. 

Los perros son animales extraordinarios, tal vez los más cercanos a los seres humanos, siendo increíblemente inteligentes, receptivos y empáticos con las personas. Tienen los sentidos del oído y olfato muy desarrollados, existiendo razas que, por su tamaño, fuerza, constitución, determinación y habilidades de lucha, han sido adiestrados para participar en batalla llevando a cabo acciones ofensivas o defensivas, siendo también utilizados como verdugos, centinelas, exploradores, rastreadores o cazadores de enemigos, así como para llevar a las primeras filas consuelo, mensajes, ayudas médicas o material logístico. En hebreo, perro es “Kaleb” palabra que procede de Kal (Todo) y Leb (Cariño), siendo etimológicamente los canes en esta lengua “todo cariño”, mencionándose que, al parecer, los perros de guerra fueron utilizados por los Hicsos para invadir Egipto en el Siglo XIII A.C; mientras que el Rey Asirio Tiglatpileser I (S.XII.AC), también utilizó perros asirios e indios en sus conquistas de Karkemish, Anatolia y Fenicia. Los canes también participaron, en siglo VII.AC, en la guerra entre las ciudades jonias de Éfeso y Magnesia del Meandro, un conflicto en el que los soldados asistieron a los combates acompañados por perros de ataque, que fueron liberados con el fin de cargar contra los caballos y las filas enemigas para romperlas. Asimismo, en la región de Anatolia Occidental, el Rey de Lydia, Aliates (Reinó del 600 .AC al 560. AC), se enfrentó al pueblo ecuestre de los Cimerios, entre el 637.AC – 626.AC, llevando numerosos perros lidios que atacaron, mataron y ahuyentaron a los enemigos del monarca.  

El Rey Persa, Cambises II (Gobernó entre 530.AC – 523.AC), durante la batalla de Pelusio (525.AC) librada en el Bajo Egipto, contra el joven e inexperto Faraón Psamético III (Reinó entre 525.AC-526.AC), utilizó numerosos canes en su ejército (Asociados en Egipto con Anubis, Dios de la muerte y la vida en el más allá) y decoró las armaduras de sus soldados con la imagen de la diosa gata Bastet, provocando la reticencia de los egipcios a atacar, debido a la devoción religiosa hacia estos dos animales. Los asirios, babilonios, persas y en especial los griegos eran reconocidos por amar a sus perros de guerra que los helenos denominaban “Kúon”, participio del verbo “Kun”, que significa “acariciar”, existiendo un mural que muestra a un perro siguiendo a un hoplita griego a la batalla de Maratón (490.AC). Sin embargo, fueron las legiones de Roma las que más destacaron en la antigüedad por su uso de canes (Canis, palabra derivaba del verbo caneo que significa “vigilar”) en la milicia, tanto en el periodo republicano (509.AC-29.AC), como en el imperial (27.AC-476.DC). Se sabe por esculturas y frescos, que los romanos utilizaron en sus legiones perros para funciones de apoyo como el “Maremma – Abruzzese” y al temible “Canis Pugnaxs” como perro de combate, un animal que hoy está extinto (Un descendiente suyo es el cane corso), pero del que sabemos que era ágil, fuerte, grande, rápido, agresivo, valiente, combativo, resistente y con la capacidad de adaptarse a diversos climas. Desde cachorros eran seleccionados para recibir un adiestramiento militar tan duro como el de los legionarios, debido a su cuerpo musculoso, su cráneo grande, sus dientes duros y desarrollados que le permitían un agarre muy fuerte, así como por su capacidad para aprender un muy amplio rango de tareas.  

Eran adiestrados para seguir órdenes, no huir nunca, luchar de forma individual o en manada, convivir con las cohortes de la legión (Una legión romana constaba de 10 cohortes), distinguir entre amigos o enemigos y para utilizar armaduras de cuero, un collar de hierro con púas y protecciones de hierro o cuchillas, buscando con esto tanto proteger al animal de espadas, lanzas, jabalinas o flechas, como facilitarle la misión de atacar, derribar, aterrorizar o despedazar al enemigo, haciendo estas características que los canes fueran muy estimados por los legionarios. Estos perros, altamente entrenados e inteligentes, eran bien alimentados, recibían cuidados especiales por parte de sus cuidadores y personal profesional (Ej. Contaban con el pecuari o veterinario que velaba por su salud), siendo unidades que podían participar en acciones de combate (Atacar la infantería o los caballos), como centinela (En el campamento de la legión), transportista, auxiliar de caza, cazador de fugitivos, acompañante de vanguardia (Para evitar emboscadas) o guardián de edificios públicos. En el 231.AC, el cónsul Marco Pomponio Mato, utilizó “perros de Italia” en Cerdeña para luchar contra las guerrillas de los sardos que se ocultaban en cuevas y montañas, mientras que Plutarco nos refiere que, durante el ataque a Corintio (146.AC), por parte del Cónsul Lucio Mumio Acaico, las legiones construyeron una obra avanzada defendida por una pequeña guarnición y 50 perros. Un día, los soldados se emborracharon y la fortificación fue tomada por el enemigo que hizo prisioneros a los legionarios y mato a todos los perros, menos a uno, que consiguió escapar, dando aviso del ataque, lo que permitió enviar refuerzos y recatar la guarnición. Una hazaña que hizo que el can fuera recibido con gran pompa por el Senado Romano, que le obsequió un collar de plata con la inscripción “Salvador”.  

Asimismo, en el 120.AC el Cónsul Quinto Fabio Máximo Alobrógico, logró defender solo con sus perros de guerra una pequeña fuerza romana que fue atacada por el Rey de los Arvernos, Bituito. Enemigos de Roma como los Celtas, Galos, Teutones, Cimbros, Britanos o Hunos, también utilizaron perros de guerra conta las legiones, siendo especialmente temidos los perros de Atila (395-453) Rey de los Hunos, quien los empleó en sus campañas con el fin de vigilar los campamentos. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (476.DC), el perro de guerra romano y otros canes utilizados en actividades bélicas por diferentes pueblos, continuaron mezclándose y conservando su utilidad. Durante la Edad Media (S.V – S.XV) se buscó perros resistentes, agresivos y aptos para la lucha, convirtiéndose, junto con el caballo, en los infaltables compañeros de armas del caballero medieval, llegando a ser vestidos con armaduras para evitar heridas en batalla y siendo utilizados, por ejemplo, en las cruzadas, para olfatear y seguir rastros. Se esperaba que aquellos que se preparaban para el oficio de caballero tuvieran conocimientos sobre la forma de cuidar a los perros y los caballos, haciendo los reyes importantes esfuerzos por entrenar, cuidar y mantener a sus manadas de perros, que además de herramienta de guerra también pasaron a ser símbolos del poder y el prestigio real, como lo fueron las temidas manadas de sabuesos.  

En el medioevo, por fuera de las cortes y la milicia, los perros no tenían mucho prestigio pues su parecido con los lobos, los hizo fuente de todo tipo de temores para las personas medievales, aunque esto fue cambiando con el tiempo lo que permitió al perro ir ganando terreno como valioso animal de compañía en las zonas rurales o urbanas, siendo considerados como una medicina para la soledad y la melancolía, además de recomendar a las mujeres que tuvieran dolores estomacales que colocaran un perro pequeño en el regazo para que aplicaran calor en la zona. En el Medioevo, los perros llegaron a ser asociados con los santos cristianos, debido a que como mencionó la Abadesa alemana, Hildegarda de Bingen (1098-1179), los perros son odiados por el demonio, debido a su lealtad al ser humano. Así encontramos a San Roque (1295-1348/50 a 1317-1376/79), santo francés que enfermó de peste durante su paso por la ciudad de Piacenza, mientras recorría Italia curando y atendiendo enfermos, lo que le obligó a arrastrarse a un bosque, fuera de la ciudad, para no ser una carga para nadie y morir solo. En ese momento, milagrosamente, apareció un piadoso perro llamado Melampo, que acompañó y alimentó al Santo durante su enfermedad, estando su iconografía marcada por la presencia de este gentil animal que es representado con un trozo de pan en su boca, haciendo referencia a la comida que, al parecer el perro robaba a su dueño, para llevarla al convaleciente, durante su enfermedad.  

No podemos olvidar que los miembros de la orden de los dominicos son llamados “Domini Canes” o los “Fieles perros del Señor”, debido a que Juana de Aza, madre del fundador de la orden, Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), soñó durante el embarazo, que en su vientre llevaba un perro con una antorcha prendida en su hocico como símbolo de que su hijo se convertiría en predicador, por ello, en la iconografía se les suele representar con un perro que porta un cirio encendido en la boca, siendo esta orden los canes encargados de cuidar al rebaño de los fieles al Señor. En las guerras del medioevo, dogos y alanos fueron utilizados durante la Reconquista Española (722-1492) contra los sarracenos, debido a que la Iglesia prohibía el uso de perros en las guerras entre los reinos cristianos, la muerte causada por las mordeduras de los canes se consideraba una muerte infame, no digna para un cristiano, pero no así para los infieles. En este periodo también encontramos referencias a la utilización de perros en los ejércitos de otras civilizaciones que eran usados, con armaduras, para defender las caravanas, tal y como lo hizo el Emperador de Dai Viet (Norte del actual Vietnam) Le Loi – Príncipe de la Pacificación (1384-1433), quién disponía de una jauría de cien perros en un regimiento de fuerzas de choque. Con la llegada del renacimiento europeo (S.XV), el perro ganó fuerza como animal de compañía y del hogar, sin embargo, siguió siendo un formidable acompañante de los guerreros.  

Durante la conquista de América, los perros de guerra españoles, franceses o ingleses, del tipo mastín, alano y otras razas grandes, equipados con armaduras acolchadas y collares de púas, jugaron un papel fundamental desde el primer momento. Se sabe que las tropas de Cristóbal Colon (1451-1506), en su primer viaje, estaban compuestas por 20 jinetes, así como 20 sabuesos; de Vasco Núñez de Balboa (1475-1519) se sabe que llevaba un regimiento de perros de guerra y de Hernán Cortés (1485-1547) conocemos que en el momento álgido de la sangrienta batalla de Centla (1519), logró inclinar el combate a su favor con la feroz intervención de un docena de alanos, que desencadenaron una apocalíptica carnicería que causó un devastador impacto psicológico sobre el Cacique Taabscoob y las tropas chontales, siendo imposible contener el desenfreno de la horda perruna. Francisco Pizarro (1468-1541), durante la batalla de Cajamarca (1532), empeló a sus perros de guerra de manera muy eficaz, mencionando los cronistas presentes en las expediciones de los conquistadores, la fuerza y ferocidad de los ataques de los perros españoles, como los alanos, animales que llegaban pesar más de 45kg, lo que, sumado a su duro adiestramiento y fuerza muscular, les daba una enorme letalidad. Los mexicas y otros guerreros mesoamericanos no conocían nada parecido a los perros de guerra europeos, debido a que solo tenían unos pequeños perritos que utilizaban como alimento (Perros de los aztecas) y para ellos, el dios de la muerte, Xólotl, representado con forma canina, era el encargado de conducir a las almas al más allá. Al ver a los españoles con sus grandes perros, creyeron que el dios de la muerte se había aliado con ellos, evitando el enfrentamiento y temiendo a estos canes que, además, infundían gran terror al tener los ojos rojos, un rasgo característico en algunos ejemplares de dogo español.  

En combate, los perros eran liberados para contrarrestar las cargas de caballería y en el momento en el que la formación enemiga se aproximaba al punto de ruptura, atacaban, buscando generar con los canes una ruptura total, siendo estos animales conocidos por devorar a cualquier enemigo que pudieran poner entre sus fauces, existiendo el castigo del “aperreo”, una atroz práctica en la que un rebelde o fugitivo era arrojado a una jauría de perros para ser devorado. Otros usos que tuvieron los canes en América fue el de herramienta para someter poblaciones y existió un perro alano, llamado Becerrillo, perteneciente a un tal Sancho de Aragón o al Capitán Diego Guilarte de Salazar, un can que recibió un duro adiestramiento hacia 1511, en la Isla de La Española, un guerrero tenaz, eficaz e increíblemente fiel con sus allegados, razones por las cuales recibía doble ración de comida y un sueldo de ballestero por los servicios prestados a la patria. Becerrillo fue famoso por su capacidad de lucha y por haberse abstenido de matar a una anciana nativa tras una escaramuza con los indios locales, pese a las arengas de las tropas en ese sentido, optando por detener el ataque, olfatear, lamer u orinar junto a la aterrorizada mujer, un acto con el que mostró un entendimiento casi humano y que fue interpretado como una intervención divina que dejó pasmados a los avergonzados soldados, que esperaban disfrutar de un macabro espectáculo. Tras varias campañas con las fuerzas españolas, Becerrillo fue enviado con su dueño a descansar y recuperarse de las heridas, siendo destinado, en 1514, a vigilar la casa de una Cacica en la isla de Vieques, asignándosele también la tarea de defender la propiedad.  

El lugar fue atacado por los indios Caribes, los dueños de la casa asesinados y Sancho de Aragón, capturado, momento en el que Becerrillo persiguió a los atacantes y se lanzó al agua con furia en defensa de su dueño, logrando que lo liberan, pero desde sus canoas, los Caribes dispararon flechas cortas envenenadas, una de las cuales atravesó la colcha forrada en algodón de Becerrillo, que falleció producto del veneno poco después, pese a los desesperados esfuerzos de Sancho y los soldados por salvarlo. Becerrillo dejó descendientes, siendo el más renombrado, el perro de Vasco Núñez de Balboa (1475-1519), Leoncico, un can que lo acompañó de forma destacada en todas sus batallas, mezclándose la vida del animal con todo tipo de leyendas, en las que se llegó a afirmar que tomaba más vidas que cualquier soldado y que sus dientes se habían vuelto rojos, debido a la sangre de tantas víctimas que habían pasado por sus fauces. Se sabe que Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547), envió en el marco de la Guerra Italiana (1521-1526) hombres y cuatrocientos perros de guerra con sus cuidadores, para ayudar a Carlos I de España (1500-1558), en su lucha contra Francisco I de Francia (1494-1547). La heroica caballería de los galos se mostró impotente cuando fue atacada por los gigantescos perros enviados por Enrique VIII, que se dice que llegaban a pesar hasta 90kg y que además usaban placas, armaduras, cota de mallas, armaduras acolchadas y escarcelas para proteger las patas traseras, así como púas o cuchillas en collares para evitar que otros perros o humanos los hieran en el cuello.  

El implacable uso de los perros de guerra, así como la inapropiada utilización de los mismos en América, llevó a que la Corona española, bajo Carlos I de España – Emperador Carlos V (1500-1558) del Sacro Imperio Romano Germánico, promulgara un edicto real, en octubre de 1541, con el que se puso fin a las prácticas atroces con perros en Perú, ordenando también matar a los perros entrenados para la guerra. Estas medidas llegaron a la Corte Real, siendo muchos animales sacrificados, mientras que otros, abandonados por sus dueños, volvieron a sus instintos primitivos de caza, organizándose en temibles jaurías, que atacaban a las personas, al ganado o a otros animales, generando pérdidas económicas y terror entre los pobladores. Se sabe que Federico II – El Grande, de Prusia (1712-1786), utilizó perros como mensajeros durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763) contra Rusia y hasta 1770, la ciudad portuaria francesa de Saint Malo, en Bretaña, confió su vigilancia y defensa nocturna a grupos de perros, pero la práctica fue suprimida en ese año debido a que un desprevenido marino desembarcó en la noche y sin saber de la implacable guardia perruna, fue asesinado por la misma. Los canes también fueron utilizados por los turcos – bosnianos en sus campañas de 1769 – 1774, en los puestos avanzados de Dalmacia – Croacia, durante el sitio de Dubitza (1778) y fueron perros de guerra los que evitaron que la guarnición montenegrina de Spus, fuera tomada por sorpresa por los austriacos. Los británicos también fueron reconocidos por utilizar perros para controlar la sublevación de los negros cimarrones en Jamaica (1789) y por utilizar sabuesos de la raza bloodhound (San Huberto) para perseguir a los ladrones y otros delincuentes que asolaban Northamptanshire en 1803.  

Napoleón (1769-1821) también fue reconocido por el usó de perros de guerra durante sus campañas, como en España, donde destacaron en la vigilancia de las plazas y en diversas batallas libradas por la Grande Armée en toda Europa. En el ejercito napoleónico fue célebre Moustache, un perro barbet, negro, con largas orejas, pelo largo, lanoso y rizado, que tras dejar a su dueño, siguió a un grupo de granaderos que marchaban a su cuartel en la ciudad de Caen, donde fue adoptado por el regimiento. Participó en la campaña italiana y en vísperas de la Batalla de Marengo (1800) alertó a su unidad sobre la presencia de soldados austriacos que sigilosamente se acercaban para atacarlos, siendo herido en el combate con una bayoneta en una de sus patas y por ello homenajeado con un reluciente collar. Durante la Batalla de Austerlitz (Diciembre 1805), en el cuerpo a cuerpo entre las tropas francesas y austro-rusas, un soldado francés, portador del estandarte, fue rodeado y cayó muerto a manos del enemigo que se abalanzó para tratar de tomar la bandera que llevaba, momento en el que Moustache saltó sobre el cadáver para enfrentar a los soldados austro-rusos que querían tomarla.

El perro, cansado, esquivando bayonetas y en medio del fragor de la batalla, logró coger con la boca la bandera y llevarla arrastrando hacia las líneas francesas, siendo herido por una bala en una de sus patas. El hecho fue presenciado por el Mariscal Jean Lannes (1769-1809), quien pidió y obtuvo para Moustache, la Cruz de la Legión de Honor, cuya cinta ostentaba en el collar, con una medalla de plata en la que por un lado decía, “Moustache, perro francés, que sea siempre respetado como un valiente” y por el otro “En la Batalla de Austerlitz sufrió la fractura de una pata por salvar la bandera de su regimiento”. Moustache fue presentado al Emperador, aprendió a hacer el saludo militar levantando la pata y participó en las batallas de Jena (1806) y Friedland (1807), siendo enviado a Silesia en 1807 y luego a España, en 1808, donde participó en la batalla de Badajoz (1812) y en la que murió, a los doce años, al ser alcanzado por una bala de cañón. Fue enterrado carca al río Guadiana, en una modesta tumba, con honores militares, su collar y su medalla, bajo las lágrimas de los endurecidos veteranos, que en la piedra con que se cubrió la tumba escribieron el siguiente epitafio: “Aquí yace el bravo Moustache”.  

Durante el Siglo XIX, mientras el mundo avanzaba presuroso bajo el implacable empuje de la II Revolución Industrial, que daría a la guerra un alcance y letalidad casi inimaginables, los perros siguieron acompañado a los guerreros en los campos de batalla de Europa y del resto del mundo. Fue así como la Guerra Civil Estadounidense (1961-1965), produjo uno de los ejemplos más dignos de los perros en las nuevas guerras industrializadas con Sallie Ann Jarrett, una valiente perra Staffordshire reconocida con una estatua que hoy puede visitarse en el Parque Militar Nacional de Gettysburg – Pennsylvania. El animal fue entregado, con un mes de edad, al 11° Regimiento de Infantería de Voluntarios de Pennsylvania y su nombre surgió del apellido de un coronel y una hermosa mujer que hacía delirar a los soldados. La perrita se integró al regimiento, participaba de los ejercicios y marchas, al tiempo que formaba con la guardia de honor, sin embargo, fue en batallas como las de Cedar Mountain (1862), Segunda Manasas (1862), Antietam (1862), Fredericksburg (1862), Gettysburg (1863), Chancellorsville (1863), Wilderness (1864) o la Campaña de Petersburg (1865-1865), donde Sallie dio muestras de una inigualable valentía. Durante la Batalla de Gettysburg (Julio 1 al 3 de 1863), considerada la más sangrienta de la Guerra Civil al involucrar 93.500 soldados de la Unión que se enfrentaron a unos 75.000 soldados Confederados y que dejó cerca de 50.000 muertos, 20.000 heridos y 10.000 desaparecidos o prisioneros, la perra se separó del regimiento durante una retirada en el primer día de combates, siendo dada por muerta. 

Sin embargo, fue encontrada días después, débil, en el lugar del primer choque, custodiando a los soldados de su unidad que habían muerto o estaban heridos, un comportamiento que le valió los más altos elogios por parte de las tropas. Tras recuperarse de las heridas, participó en la batalla del Palacio de Justicia de Spotsylvania (Mayo 8 a 21 de 1864), enfrentamiento durante el cual recibió un impacto de bala en el cuello, pero fue atendida por un cirujano que milagrosamente logró salvarle la vida. En febrero de 1865, a un mes de terminar la guerra, se vio involucrada en la batalla de Hatchers Run (Febrero 5-7 de 1865) y durante los combates, recibió un impacto de bala que la mato en el acto, los soldados del regimiento lograron recuperar el cuerpo y la sepultaron con respeto. En 1890, cuando se construyó el monumento conmemorativo a los caídos en la batalla de Gettysburg, los sobrevivientes del 11° Regimiento de Infantería decidieron, por unanimidad, incluir a Sally en la estatua, por lo que hoy se le puede ver, acostada, con la cabeza sobre sus patas delanteras, mirando hacia el terrible campo de batalla. Tal y como lo contó la escritora Helene Smith, en su libro <<Sallie, perro de la guerra civil: Perro de guerra de la rebelión>>, publicado en 1996, citando a uno de los sobrevivientes a la batalla: “Sally es un testamento para toda la vida, si los seres humanos fueran tan leales como los perros, la abuela tierra podría volver a ser el paraíso”. 

A comienzos del Siglo XX, los perros siguieron jugando un papel vital en las guerras industrializadas que asolaron el mundo y especialmente a Europa, que se vio sumergida en dos guerras mundiales. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) más de un millón de perros murieron en los campos de batalla donde sirvieron como centinelas, mensajeros, mascotas o transportistas. En medio de todo el indescriptible horror de esta guerra, estaban los llamados “perros compasivos o perros de la cruz roja”, que inicialmente solo fueron utilizados por los alemanes, principalmente de las razas bóxer, dóberman y pastor alemán. Estos perros se encargaban de buscar soldados heridos después de las batallas, para entregarles material de primeros auxilios (Ej. Vendas, desinfectantes e instrumentos básicos de atención médica) que llevaban en una mochila, que cubría el lomo y los costados, llegando a custodiar y defender con sus vidas a los heridos que encontraban. Se estima que sirvieron cerca de 50.000 de estos perros, que lograron salvar la vida de más de 100.000 soldados de todos los bandos, siendo canes que distinguían los uniformes de las tropas y que se concentraban solo en los soldados de su propio bando, diferenciando entre los muertos y los heridos. De ser necesario, podían llevar un trozo de uniforme para indicar que habían encontrado un soldado que requería ayuda y en los casos más extremos, cuando los soldados estaban agonizando por las terribles heridas y sin posibilidad alguna de salvarse, los perros permanecían a su lado, en silencio, para acompañarlos y darles consuelo en ese difícil momento final del paso al otro mundo. En el Ejército Alemán destacó un perro llamado Capitán, distinguible por ser en todos los sentidos el fiel reflejo de un lobo y que logró salvar la vida de cien soldados en una sola batalla.     

En las fuerzas norteamericanas fue célebre un Boston Bull Terrier llamado Sargento Stubby, mascota oficial del 102.º Regimiento de Infantería – 26ª División, que sirvió durante dieciocho meses en las trincheras del Frente Occidental y participó en cuatro ofensivas, así como diecisiete batallas entre 1917-1918. El perro fue recogido por el soldado Robert Conroy, en los jardines del campus de la Universidad de Yale donde se entrenaba el regimiento, fue subido a escondidas en el buque que transportó a la unidad a Europa y adoptado cuando fue descubierto. Fue herido con una granada en una pata delantera, también fue herido en el pecho y nuevamente en una pata, tenía la habilidad de detectar la aproximación de la artillería disparada por el enemigo avisando con antelación a las tropas para que se cubrieran, así como de avisar sobre los ataques con armas químicas, siendo también capaz de encontrar y reconfortar a los heridos.  Por estas acciones se convirtió en el can más condecorado de la I Guerra Mundial, fue el único que alcanzó rango militar con nombramiento de sargento por méritos de guerra, al regresar a Estados Unidos se convirtió en una celebridad. Falleció mientras dormía en 1926, fue disecado y se le dedico un extenso obituario en el New York Times, existiendo una placa conmemorativa en el Camino del Honor del Liberty Memorial de Kansas City, en la que se lee: “Sargento Stubby un héroe canino de la Primera Guerra Mundial. Un vagabundo valiente”. Los ejércitos quedaron tan impresionados por las capacidades de los perros en la Primera guerra Mundial, que después del conflicto, tanto los alemanes, como los estadounidenses y los ingleses, comenzaron a desarrollar su propio grupo de perros para uso en el ejército, siendo claro que mostrarían su valía en la siguiente guerra. 

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los alemanes y estadounidenses volvieron a utilizar perros, especialmente pastores alemanes. Los canes estadounidenses sirvieron como mensajeros, ayudando a los soldados a comunicarse en el campo de batalla, actuando también como guardias, así como perros de búsqueda y rescate. Como los pastores alemanes tuvieron un buen desempeño, se decidió el establecimiento de campos de entrenamiento (K-9), donde los perros comenzaron a adiestrarse regularmente para el servicio en el ejército estadounidense. El Ejército de Estados Unidos intentó entrenar perros grandes para lanzarse y matar a las tropas japonesas, usando soldados americanos de origen japonés en las pruebas, pero el programa fracaso, sin embargo, desde agosto de 1942, el Cuerpo de Intendencia del Ejército de EEUU estableció centros de adiestramiento de perros en varias partes del país como Front Royal (VA), Fuerte Robinson (NE), la Isla Cat (Gulfport MS), Campamento Rimini (Helena- MT) y San Carlos (CA). Para 1944, siete razas de perros (Pastores alemanes, dóberman pinschers, pastores belgas, esquimales siberianos, collies de granja, esquimales y malamutes) dominaban los espacios de adiestramiento canino, sirviendo hasta la actualidad los pastores alemanes, los pastores belgas malinois y los labradores, que continúan siendo adiestrados, movilizados para la guerra y desempeñándose como perros para trabajos militares. En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, a los perros se les daba en los campamentos un adiestramiento básico de entre 8 y 12 semanas, que permitía acostumbrarlos a la vida militar. Después de esas doce semanas los perros pasaban a un curso de entrenamiento especializado en una de cuatro áreas: i) Centinela, ii) Mensajeros iii) Detectores de minas y iv) Exploradores o patrulleros.  

Completado al adiestramiento en cualquiera de las cuatro áreas de especialización, tanto el guía como su perro, era asignados a lo que se conoció como: Pelotones de perros de guerra. Durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, se estima que el Ejército estadounidense desplegó unos quince pelotones de perros de guerra, tanto en los teatros de guerra de Europa contra la Alemania Nazi (Siete pelotones) y el Pacífico (Ocho pelotones), contra el Imperio del Japón, sirviendo con gran eficacia. Entre los años 1943-1945, el Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos utilizó perros para la toma de las islas ocupadas por las fuerzas japonesas, siendo el dóberman, el perro oficial de los Marines, aunque hubo un amplio rango de razas, como el pastor alemán, que podían y fueron seleccionados como perros de ataque en el Pacífico. Se cuenta que aquellas unidades que patrullaban en el Teatro del Pacífico con un pelotón de perros de guerra nunca fueron emboscadas gracias a que los perros podían alertar a las tropas sobre el riesgo de emboscadas. De los 549 perros que volvieron de la guerra, sólo 4 no regresaron a la vida civil, muchos de ellos se quedaron con sus adiestradores, siendo Chips, un cruce entre pastor alemán y husky, el perro más condecorado de la Segunda Guerra Mundial. Chips, nació en 1940, vivía con la familia de Edward J. Wren, en Pleasantville NYC, siendo muy apegado a la hija de la pareja y al empezar la Segunda Guerra Mundial, al igual que muchas otras familias estadounidenses, los Wren donaron su perro para el servicio militar, siendo uno de los 40.000 que se donaron y uno de los 10.000 que logró terminar el adiestramiento, siendo asignado al III División de Infantería, que fue luchó en África, Sicilia, Francia y Alemania.     

Durante el desembarco en el Marruecos Frances (Operación Antorcha – noviembre de 1942) acompañó a las tropas en sus patrullas para alertarlas de emboscadas, fuego enemigo y como explorador, siendo destinado como perro centinela durante la Conferencia de Casablanca (Enero 14 al 24 de 1943), el encuentro entre Winston Churchill y Franklin Roosevelt. Su prestigio como perro de guerra lo ganó durante la Operación Husky (Julio de 1943), el desembarco en Sicilia, cuando su pelotón fue atacado en la playa por un equipo de ametralladora italiano, momento en el que Chips se lanzó contra el arma, agarrándola por el cañón y sacándola de la montura para luego atacar el cuello del aterrado soldado italiano que logró salvarse gracias a la oportuna intervención del guía. Aunque quedó quemado por la pólvora y debió ser atendido por los veterinarios, esa noche descubrió a un grupo de italianos que trataban de infiltrarse al campamento. En un hecho particular, en 1945, el General Dwight D. Eisenhower – Comandante Supremo de las Tropas Aliadas en Europa y futuro presidente de EEUU, fue mordido por Chips cuando trató de acariciarlo como muestra de agradecimiento por sus servicios. Fue galardonado con la Cruz de Servicio Distinguido, la Estrella de Plata y un Corazón Púrpura, sin embargo, las condecoraciones le fueron revocadas debido a que una política del Ejército impedía el elogio oficial para los animales, regresó a su casa en NYC y murió en 1946 por una insuficiencia renal, siendo reconocido el 15 de enero de 2018, en el 75 aniversario de la Conferencia de Casablanca, por el museo Churchill War Rooms con la medalla Dickin, condecoración que se le otorga a animales por sus acciones en época de conflictos bélicos.

Los Soviéticos utilizaron de forma brutal los perros de guerra durante los combates en el Frente Oriental, empleándolos como armas antitanques. En ese sentido, los perros no eran alimentados durante días y se les entrenaba para buscar comida bajo los tanques, tras días de ayuno, se les lanzaban contra los tanques alemanes, llevando un chaleco cargado con explosivos de detonaba al contacto con la parte inferior del tanque, muriendo el perro y destruyendo la máquina, lo que llevo a que los perros se volvieran blancos de las tropas alemanas, demostrando la idea ser completamente absurda e ineficaz. Adicionalmente los perros también fueron empelados para tirar de ametralladoras o camillas, especialmente en la nieve o en terrenos irregulares donde muchos caballos se rompían las patas, sirviendo también como mensajeros, para instalar explosivos o líneas telefónicas, siendo utilizados para desempeñare como centinelas en los campamentos, detectar emboscadas, minas y trampas o para entrar a túneles, cuevas o agujeros donde los soldados no podían ingresar. También durante la Segunda Guerra Mundial fue posible encontrar a los perros desempeñando el papel de mascotas y leales compañeros de soldados del ejército, la marina o la fuerza aérea de todos los bandos enfrentados, con lo que seguían siendo los más leales compañeros de los guerreros de todas las épocas. Pese a su heroísmo, lealtad y sobresalientes servicios, los perros en la Segunda Guerra Mundial fueron utilizados en experimentación animal, tanto para nuevos fármacos como para armas químicas y en lugares aquejados por la hambruna fueron sacrificados. 

Tras la Segunda Guerra Mundial, decayó el interés en los perros de guerra y se les quitó prioridad a nivel presupuestal, quedado en el caso de los estadounidenses, solo el 26.º Pelotón de Perros Exploradores (Fort Carson, Colorado), única unidad activa cuando estalló la Guerra de Corea (1950-1953), que sirvió con honor y distinción entre junio de 1951 – junio de 1953. Los miembros del pelotón recibieron tres Estrellas de Plata, seis Estrellas de Bronce por su valor y treinta y cinco Estrellas de Bronce por servicio meritorio, siendo uno de sus miembros más distinguidos del 26º Pelotón el perro explorador York (011X), un can que logró completar 148 patrullas de combate. Durante la participación de los norteamericanos en la Guerra de Vietnam (1964-1973) se utilizaron los pastores alemanes, inicialmente, como centinelas de las bases de la Fuerza Aérea, sin embargo, la intensificación de la guerra llevó a que el Cuerpo de Marines y el Ejército de los EEUU los entrenaran como perros exploradores, de minas y túneles, desplegándose en febrero de 1966 dos pelotones de perros exploradores en Vietnam. Los marines tenían a sus perros cerca de Da Nang, en Camp Kaiser, un lugar llamado así en honor al primer perro explorador de los marines que murió en combate en Vietnam, y desde finales de 1965 a enero de 1969, veintidós pelotones de perros exploradores del Ejército y cuatro pelotones de perros exploradores de los Marines se desplegaron  en Vietnam. Más de 10.000 adiestradores y 5.000 perros sirvieron con valor en la guerra de Vietnam, un total de 295 soldados adiestradores y 232 perros murieron durante los combates librados en la guerra. 

Se estima que unos 200 perros supervivientes de la Guerra de Vietnam fueron destinados a bases norteamericanas en el extranjero. En ese momento algunos militares veían a los perros como equipo militar, no los consideraban camaradas, por lo que unos fueron entregados con destino desconocido a militares de Vietnam del Sur, otros fueron sacrificados y otros simplemente abandonados a su suerte. Este comportamiento provocó una ola de protestas públicas e indignación que llevó al compromiso de no deshacerse de los perros militares como se había hecho. El Congreso estadounidense aprobó una ley que permite que los perros militares tengan una jubilación honorable y el presidente Bill Clinton firmó una ley, en noviembre de 2000 (HR 5314), que modificaba el Título 10 del Código de Estados Unidos, con lo que se permite la adopción de perros de trabajo militares retirados, por parte de sus antiguos cuidadores y otros civiles calificados, buscando darles una jubilación digna y cómoda. Tras la guerra de Vietnam y con el fin de la Guerra Fría (1947-1991), los perros, especialmente los pastores alemanes y los pastores belgas malinois, junto con los labradores, han sido las razas más comunes en el desarrollo de operaciones militares, debido a su lealtad y coraje, así como a la excelente combinación de agudo sentido del olfato, resistencia, velocidad, fuerza, inteligencia y adaptabilidad a casi cualquier condición climática, razones por las que fueron desplegados en Siria, Irak o Afganistán. Hoy, los perros de guerra desempeñan muchas funciones y tareas, podemos verlos en cumbres nevadas, desiertos, selvas, en campos de batalla urbanos o rurales, detectando minas, realizando saltos HALO con miembros de las Fuerzas Especiales, siendo desplegados desde barcos con los equipos Navy SEAL e ir al combate equipados con gafas protectoras, armadura corporal, chaleco salvavidas, máscara antigás, localizadores GPS y chaquetas flack.  

Su rol en los campos de batalla, pese al imparable avance de la IV Revolución Industrial, no ha perdido importancia, como lo pone de manifiesto el hecho de que entre los 80 SEAL que participaron en la Operación «Gerónimo», que permitió abatir a Osama Bin Laden, en mayo de 2011, se encontraba un anónimo pastor alemán o pastor belga, que acompañó a las tropas para detectar explosivos, trampas o evitar que el blanco escapara. En Afganistán, la perra del soldado Julian McDonald, llamada Layka, durante un combate recibió cuatro impactos de bala intentando proteger el cuerpo de su guía, gravemente herida, la perrita fue llevada a una sala de urgencias y operada durante siete horas, perdiendo en el proceso una pata delantera. Sin dudarlo, McDonald decidió adoptarla, pues fue gracias a su perra que seguía con vida, viviendo ahora con el soldado y su familia. La profunda amistad que surge entre los soldados y los perros no se limita a aquellos canes entrenados para la vida militar, tal y como lo comprobó el soldado Chris Duke, quien encontró tres perros callejeros en Afganistán que bautizó Rufus, Target y Sacha, dándoles agua y comida de sus raciones de campaña regularmente. Durante semanas los perros mostraron su profundo agradecimiento con el soldado, hasta que una mañana, un suicida, con explosivos adheridos al cuerpo trató de ingresar a la barraca donde dormía Duke, sin embargo, los perros lo evitaron atacando al intruso que se inmoló activando los explosivos que llevaba. Uno de los perros murió y los otros dos quedaron heridos de gravedad, pero lograron salvarles la vida, tras lo cual el soldado pidió permiso para adoptarlos y llevarlos a su casa en Estados Unidos, donde viven en familia. Finalmente, en octubre de 2019 el presidente Donald Trump, otorgó una medalla y una placa al pastor belga malinois, Conan, un perro del Ejército que resultó herido en la operación de las fuerzas especiales norteamericanas en Idlib – Siria, en la que murió el líder del Estado Islámico, Abú Bakr al Baghdadi, que se suicidó activando los explosivos que llevaba adheridos a su cuerpo, cuando se vio atrapado por Conan y las fuerzas estadounidenses, en un túnel. 

Como hemos visto, los animales, por milenios han acompañado a los hombres en sus guerras, son verdaderos hermanos de armas. Bien sean perros, mulas, caballos o elefantes, cada uno de ellos, pero en especial los perros, ha dado muestras de un cariño, empatía, lealtad y comprensión, que muy pocas veces se da entre los seres humanos, tan dados a las mentiras, las traiciones, las deslealtades o la ingratitud, especialmente cuando se trata de luchar por el poder o de alcanzar objetivos personales, como acertadamente lo expresó Arthur Schopenhauer, “para ser sinceros, los seres humanos somos los demonios de la tierra y los animales las almas atormentadas”. En el mundo de la guerra, debido a la naturaleza de este milenario sistema social, que se cimenta en el uso de la fuerza, de la violencia y de la destrucción, los hombres se enfrentan a lo mejor y lo peor de sí mismos, así como a lo mejor y lo peor de la especie humana. En la dura realidad de la guerra suelen caer todas las máscaras, no importa la moda, el dinero, los títulos, el estatus social u otras externalidades superficiales que se utilizan para juzgar el carácter, la valía o el éxito de una persona, con la cercanía cierta de la muerte solo lo esencial de las personas permanece, por valioso o pueril que sea y ahí es donde los perros en general y los perros de guerra en particular, conquistan un lugar privilegiado. Expuestos a la crudeza del reino de Ares, estos gentiles e inteligentes animales se adiestran, marchan, sufren y mueren al lado de los soldados, estando junto a los guerreros por lo que son, no por lo que tienen o aparentan ser, por ello se convierten en el más invaluable de los camaradas, siendo ajenos a los enrevesados discursos, estrategias o teorías políticas, socioeconómicas o geopolíticas que se usan para tratar de comprender o justificar las causas y desarrollo de las guerras.  

De ahí que sea en los perros, donde algunos guerreros y muchas personas del común, pueden terminar encontrando el silencioso e ilimitado cariño, afecto y comprensión que no encontraron entre sus semejantes. Por eso, es fundamental que las instituciones militares no los abandonen o sacrifiquen y si una persona del común los ve en la calle, debe tratarlos con respeto, no maltratarlos y si está en sus manos, darles comida o agua, hay especies peligrosas frente a las cuales hay que proceder con cautela, así como perros que han desarrollado un profunda prevención hacia los seres humanos, debido al daño o dolor que se les ha causado o por el regreso a las dinámicas de las jaurías por abandono o una vida vagabunda en entornos urbanos o rurales. Sin embargo, ayudarlos, mostrarles empatía o apoyar a quienes los ayudan, siempre será una acción que puede contribuir a que seamos mejores personas y para los guerreros, un perro, es tal vez el mejor compañero para enfrentar el peso los pecados cometidos, así como la carga psicológica de muerte, destrucción y violencia inherentes a toda confrontación, experiencias terribles que muchos callaran, pero que los perros pueden ayudar a sobrellevar por su incomparable capacidad para llegar a lo más profundo del alma humana y al duro e inmisericorde corazón del hombre.

Los perros seguirán acompañando a los seres humanos en las guerras del futuro, no solo por sus incuestionables capacidades militares, sino porque ellos son el mejor compañero de viaje que se puede tener en esta comedia de humor negro para estoicos que llamamos “la vida” y para los guerreros, siempre serán un justo referente de valor, lealtad y voluntad. El “Animals in War Memorial”, que conmemora a los animales que han participado en las guerras de los británicos, inaugurado en 2004, ubicado en Park Lane – Londres, reza: «Se emplearon muchos y diversos animales para apoyar a las fuerzas británicas y aliadas en guerras y campañas a lo largo de los siglos y como resultado, murieron millones. Desde la paloma hasta el elefante, todos desempeñaron un papel vital en todas las regiones del mundo en la causa de la libertad humana. Su contribución nunca debe olvidarse». Palabras perenes que hacen justicia a los perros y muchos otros animales que, por millones, han luchado y caído junto a los hombres en guerras de todo el mundo a lo largo de los siglos, que la huella de su sacrificio perdure por siempre.

Bibliografía: 

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https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-07-23/perros-virrey-hernan-cortes_1237619/#:~:text=Los%20perros%20de%20los%20conquistadores,forma%20de%20terror%20casi%20demon%C3%ADaca.

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Guerra en Siria 2011 - 2017

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Guerra en Siria 2011-2017: Aproximación los objetivos e intereses de Siria, Estados Unidos, Rusia y sus aliados. Publicado por Amazon KDP. Septiembre de 2018. Middletown DE – USA.

Descripción:

Desde marzo de 2011 la República Árabe de Siria se ha visto consumida por una brutal guerra que hunde sus raíces en la convergencia de varias confrontaciones interconectadas, que han sido alimentadas por actores nacionales, regionales y mundiales, quienes a partir de una particular identificación de objetivos, intereses, riesgos y oportunidades, tanto potenciales como reales, han decidido luchar con particular ferocidad. El conflicto continuó adquiriendo nuevas connotaciones marcadas por la profundización de una guerra muy degradada y por el incremento de las tensiones entre norteamericanos y rusos. ¿Qué factores internos y externos llevaron a la confrontación? ¿Cuáles son los intereses u objetivos de los actores involucrados en la guerra? y ¿Qué lecciones deja este conflicto? son algunas de las preguntas que se pretende responder con este breve texto, que busca contribuir a la comprensión de esta guerra.

Primera guerra mundial

A cien años del inicio de la Gran Guerra sigue causando consternación la manera en la que se concatenaron los hechos y se dio forma a las decisiones de los gobiernos europeos en respuesta al asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio Austrohúngaro, en Sarajevo, a manos de un nacionalista Serbio. Las acciones puestas en marcha en ese momento llevaron a los pueblos de Europa a una titánica confrontación, incomparable en sus magnitudes y cuyas consecuencias marcaron el Siglo XX. En aquel verano de 1914 se desencadenó una compleja maquinaría de alianzas político – militares, que en los siguientes cuatro años consumió la fuerza vital de las naciones europeas. Las complejas visiones e intereses de las potencias europeas se vieron reflejados en el manejo de la política exterior, explicando en buena medida, las causas de la guerra. Sin embargo, la guerra también fue posible porque los gobiernos contaron durante parte de la misma con el apoyo decidido de la sociedad. En ese sentido, el presente libro busca presentar la forma en la que interactuaron los gobiernos entre sí y los gobiernos con sus sociedades antes de la guerra, dando cuerpo a sus causas.

Homo Furens o el hombre como guerrero

Autor:

Homo Furens o el hombre como guerrero. Publicado por Editorial Académica Española. Agosto de 2016. Dusseldorf – Alemania.

Descripción:

La guerra es tal vez la más compleja y perdurable de las actividades sociales que emprenden los seres humanos, siendo un referente cultural común para todas las civilizaciones. Los esfuerzos por comprenderla, librarla exitosamente o prevenirla, están dentro de los campos de estudio que requieren de mayor atención. Aunque la guerra colma las páginas de la historia e involucra un gran número de elementos que interactúan de forma constante haciéndola un sistema extraordinariamente complejo, sigue siendo una actividad en la que el individuo que la lleva acabo es central. Por ello en este texto se busca hacer una breve reflexión sobre la guerra desde ese nivel, el del individuo, el soldado, que es quien enfrentado a la dura realidad de la guerra se transforma en un Homo Furens, en un guerrero, una subespecie del Homo Sapiens, que surge por y para la guerra, definiendo su naturaleza, dándole fuerza y dinamismo, así como continuidad. Esta situación es resultado de varios elementos, siendo central los encantos o placeres que las personas, convertidas en guerreros, encuentran en la guerra.